jueves, 27 de septiembre de 2012

La producción histórica de la revolución del período actual


Woland
Revista Blaumachen  (trad. F. Corriente)

I. La reestructuración del capital y la forma actual de la relación social capitalista

El desarrollo histórico de la contradicción entre proletariado y capital bajo la subsunción real ha desembocado hoy en el período de crisis de la relación social capitalista, cada vez más internacionalizada y a un ritmo cada vez más acelerado. La forma actual de la relación social capitalista y su crisis son el fruto de la reestructuración que siguió a la crisis de 1973. Los principales aspectos del análisis de la relación capitalista actual son los siguientes: a) La relación social capitalista ha sido reestructurada a todos los niveles. Esta reestructuración fue la «respuesta» al descenso de la tasa de ganancia a partir de 1964 (primero en los Estados Unidos). Al mismo tiempo fue una contrarrevolución, es decir, un contraataque de la burguesía contra el proletariado. Los resultados fueron el fin del movimiento obrero, el fin de las restricciones nacionales y regionales tanto en lo que respecta a la circulación del capital como en lo que respecta a la reproducción de la clase obrera, y el fin del capitalismo de Estado; b) Un elemento esencial de la reestructuración fue la internacionalización acelerada del capital a partir de 1989; c) Desde 1982, se ha «invertido» cada vez más capital en el ámbito financiero.

El capitalismo reestructurado ha incorporado el ataque contra el valor de la fuerza de trabajo como rasgo funcional, estructural y permanente. El proceso del período actual (desde 1973) no se puede completar jamás.

El capital no es una oposición, sino una contradicción de clases. La clase obrera no es un sujeto autónomo independiente de la producción de valor. Las características de la reestructuración son a la vez el ciclo de luchas dentro de y contra el capitalismo reestructurado (ciclo que ahora ha producido luchas que se desarrollan fundamentalmente al margen del proceso de producción de valor en «Occidente», disturbios por el precio de los alimentos en Estados pobres y huelgas salvajes en Asia). En lo que al presente se refiere, podemos hablar de luchas relacionadas con el cuestionamiento de la reproducción del proletariado como consecuencia de la propia reestructuración. El hecho de que las luchas del ciclo actual (reestructuración) no constituyan un proyecto político es una característica estructural del proceso histórico que define el contenido de la revolución venidera de nuestra época. El punto neurálgico actual es la crisis de la reproducción de la relación social capitalista (una crisis financiera que se convierte en una crisis de la deuda que a su vez se convierte en una crisis monetaria o de la soberanía estatal, etcétera…). En la actualidad el capital está forzado a imponer la segunda fase de la reestructuración que comenzó durante la década de 1980.

a. La contradicción de la reestructuración: una solución a la «crisis de 1973» y el portador de la crisis actual.

La reestructuración es un proceso infinito porque su final sería una contradicción en sus propios términos: un capital sin proletariado. Se trata de un proceso de «liquidación de la clase obrera». La tendencia de esta fase de la subsunción real es transformar a la clase obrera de un sujeto colectivo que trata con la clase capitalista a una suma de proletarios individualizados, cada uno de los cuales se relaciona de forma individual con el capital, sin la intervención de la identidad obrera y de organizaciones obreras que conviertan a la clase trabajadora en un «interlocutor social» reconocido cuya participación en la mesa de la negociación colectiva se admite. Se trata de un proceso continuo de fragmentación de la clase obrera, que con el tiempo ha expulsado a gran parte del proletariado del proceso de producción de valor. Además, este proceso no tiene fin, ya que su objetivo final sería producir plusvalía sin capital variable, es decir, producir capital sin proletariado. Este proceso se expresa como la continua necesidad del capital ya reestructurado de continuar reestructurándose.

El carácter contradictorio de este proceso lleva a algunas fracciones del capital y del movimiento obrero a concebir el período actual como una crisis del keynesianismo, lo que está relacionado con la concepción de la revolución como desarrollo de las luchas reivindicativas y la recomposición de la clase como clase para sí. La base del triunfo del keynesianismo constituyó al mismo tiempo su límite, que desembocó en la crisis de finales de la década de 1960. El vínculo salarios-productividad convirtió la reivindicación salarial en cuestión central de la lucha de clases. Otro aspecto del mismo proceso fue la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital (lo que bajo la subsunción real también constituye una expresión fetichizada de la lucha de clases). El desarrollo de estas tendencias, en las que se basó la acumulación de capital durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, condujo finalmente a la oleada de luchas de 1968 y la crisis de 1973. El capital tuvo que ser reestructurado para aumentar la tasa de explotación y reducir, o al menos retrasar, el inevitable impacto de la creciente composición orgánica sobre la tasa de ganancia. Los aspectos «keynesianos» de la acumulación tuvieron que ser modificados, y esa modificación fue el contenido de la reestructuración en sus comienzos. A medida que evolucionaba, un aspecto destacado de la reestructuración fue la descomposición del movimiento obrero, hasta entonces aceptado oficialmente, (por supuesto, «aceptado» debido a la producción histórica de la lucha de clases).

b. Dinámica y límites del modelo actual de acumulación: las principales dimensiones de la reestructuración.

No cabe duda de que la reestructuración tuvo éxito. El resultado del ataque contra la clase obrera en los países desarrollados y de la internacionalización cada vez mayor del capital, es decir, de la explotación intensiva de la fuerza de trabajo de los Estados menos desarrollados (o procedente de ellos) fue un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo en todo el mundo. Se realizaron ahorros en capital constante mediante la generalización de la metodología de producción «justo a tiempo[1]» y la degradación de la rigidez de la cadena de montaje fordista. En esta nueva fase de la subsunción real, todos los aspectos de la relación social capitalista han sido transformados, y esta transformación se expresa en el desarrollo del ciclo de luchas actual: luchas de parados, luchas en el sector de la enseñanza, el movimiento antiglobalización, el movimiento de acción directa, luchas salariales en los centros de acumulación en Oriente y luchas contra de la expropiación de las tierras comunales en Asia. Estas luchas no son la consecuencia de la reestructuración, sino más bien parte integral de la misma y en última instancia suponen la reestructuración de la propia lucha de clases. La reestructuración, como profundización en la subsunción real y aceleración de la internacionalización del capital, ha desplazado el epicentro del conflicto al terreno de la reproducción de la relación social capitalista. El contenido de la reestructuración exitosa también fue responsable del curso hacia la crisis actual del modelo de acumulación que produjo.

La primera dimensión de la reestructuración fue la descomposición cada vez mayor de los sectores centrales del proletariado que habían conformado el movimiento obrero de masas de la era keynesiana. Esta dimensión se ha logrado mediante: a) la transformación incesante de la composición técnica del capital a través de las tecnologías de la información y de la comunicación, lo que permitió desintegrar el proceso de producción verticalmente estructurado, y por tanto disolver la figura del «obrero masa»; b) la transformación continua del proceso de trabajo, lo que permitió imponer gradualmente la negociación de la fuerza de trabajo a nivel individual y por tanto un control individualizado sobre los empleados por parte de los jefes; c) el número cada vez mayor de actividades reproductivas transferidas del Estado a la esfera capitalista privada, es decir, la disminución del salario indirecto, una de cuyas consecuencias fue un gran aumento en el número de mujeres en las filas de los asalariados, y d) la creciente importancia de la represión en la reproducción social del capital.

El punto c) ha transformado en gran medida la relación entre los géneros y ha socavado la familia nuclear, y en consecuencia ha trastornado las jerarquías y los equilibrios internos en el seno del proletariado. Este elemento ha cambiado de forma significativa las relaciones interindividuales dentro del proletariado. La posición de portador de la función de reproducción social (que corresponde mayoritariamente a las mujeres, pero no de forma exclusiva en la actualidad) ha empeorado aún más en el período de la reestructuración del capital. Dentro de la dialéctica de «permitir a las mujeres convertirse en trabajadoras y al mismo tiempo obligarlas a hacerlo» el segundo aspecto es el más importante. A medida que la familia nuclear va quedando cada vez más socavada, la carga que pesa sobre las mujeres se duplica, ya que tienden cada vez más a desempeñar un papel reproductivo y productivo a la vez. La reestructuración ha intensificado el cuestionamiento del papel reproductivo de la mujer y ha hecho inevitable la identificación de la destrucción de las relaciones de género con la destrucción de la explotación. Esta dinámica supone la producción histórica de los límites de cualquier clase de feminismo, que pese a tener razón en criticar las relaciones capitalistas de género, será incapaz de abordar realmente la cuestión del género en su totalidad mientras siga siendo feminista y no se supere a sí mismo (superación que solo puede producirse como ruptura en el seno de las luchas).

La segunda dimensión de la reestructuración fue la internacionalización cada vez mayor del capital. Hasta 1989, la internacionalización (la proporción del comercio internacional en relación con el comercio en conjunto) tuvo que ver principalmente con el traslado de la producción de los países desarrollados a los Estados «en vías de desarrollo» del área occidental del planeta y a los Estados de Asia oriental excepto China (y con el flujo de trabajadores emigrantes a los antiguos centros de producción). Después, tras el fin de capitalismo de Estado, el proceso de internacionalización se amplió sistemáticamente al antiguo «bloque oriental» y a China. Este proceso está indisolublemente ligado al desarrollo del capital financiero, la rama del capital que define los procesos de internacionalización y supervisa su grado de rentabilidad de modo que el capital circule y se invierta de la forma presuntamente más rentable. Resulta lógico, pues, que el desarrollo y la reestructuración de este sector del capital, junto con los tipos de cambio fluctuantes y un inmenso incremento del dinero en circulación, hayan permitido a cada vez más fracciones de la clase capitalista obtener ganancias a través de la especulación financiera.

Estos dos aspectos de la reestructuración (la fragmentación de la clase obrera a todos los niveles y la internacionalización mediante el desarrollo del capital financiero) permitieron al capital superar la gran crisis de la década de 1970. Y ambos fueron también elementos clave del proceso de acumulación que condujo a la crisis actual.

La transformación del proceso de trabajo y los rápidos cambios en la composición técnica del capital han provocado un descenso relativo (y andando el tiempo absoluto) de los salarios en los países desarrollados. La integración cada vez mayor de la reproducción de la clase obrera en el capital suscitó una mayor demanda de servicios por parte del proletariado (salud, enseñanza, etc.), que el capital no pudo satisfacer de manera eficiente debido a las limitaciones inherentes a la productividad en el sector servicios. Solo en este sentido podría decirse que se ha creado una distancia entre «necesidades sociales» y desarrollo capitalista.

La imposición de programas de ajuste estructural (PAE) provocó un influjo de fuerza de trabajo barata desde los países no desarrollados a los desarrollados. El resultado fue la creación acelerada de una población excedente («excedente» desde la perspectiva del capital) en todo el planeta. Al mismo tiempo, esta población excedente se ha visto obligado a reproducirse recurriendo a la economía informal. Por tanto, surgieron zonas «tercermundistas» en los centros metropolitanos del «Primer Mundo» y zonas de desarrollo de tipo occidental en los «países en desarrollo». Los recortes mundiales impuestos a las capas medias del proletariado y la exclusión de quienes pertenecen a las capas inferiores, sin embargo, están convirtiendo cada vez más a las ciudades en espacios de contradicciones explosivas.

Ya a mediados la década de 1990, era obvio que los rasgos responsables del dinamismo de la acumulación la estaban minando de forma simultánea. En 1997, la crisis asiática se extendió a Rusia a través de perturbaciones en el mercado del petróleo y condujo al colapso de Long Term Capital Management (el primer colapso de un fondo de inversión colosal). La crisis en el sudeste asiático demostró que en estos centros de acumulación la tasa de explotación ya no era lo bastante elevada como para reproducir de forma ampliada el capital mundial y aceleró la transferencia masiva de instalaciones productivas a China. El hundimiento de las puntocom fue en apariencia la tentativa final de una inversión masiva con la expectativa de mantener la rentabilidad mediante ahorros en capital constante. A partir de 2001, lo que sucedió gradualmente fue que la reproducción de la clase obrera solo fue posible complementando la disminución de los salarios con préstamos. A fin de mantener su nivel de reproducción anterior, una parte importante del proletariado se endeudó de forma individual con bancos, mientras que el futuro de su reproducción colectiva también se vio hipotecado por fondos de pensiones (que son «inversores institucionales») que estaban orientándose hacia juegos financieros peligrosos (permutas de incumplimiento crediticio). El salario dejó de ser el único criterio de medida del nivel de reproducción de la clase obrera, es decir, que este tendió a desvincularse del salario.

c. Demasiado grande para fracasar también es demasiado grande para seguir adelante: la crisis de reproducción del capital social total y su esfuerzo por imponer la segunda fase de la reestructuración

El capital, mediante su movilidad y sus continuos intentos de optimizar el proceso de valorización por medio de mediciones y modelos de cálculo complejos, trata desesperadamente de evitar, en la medida de lo posible, negociar el precio de la fuerza de trabajo con el proletariado. En la actualidad la fuerza de trabajo se considera como un mero gasto, no como un factor de crecimiento, por ejemplo, vía la ampliación del mercado. En un capitalismo cada vez más globalizado, cada fracción nacional o regional del proletariado tiende a ser considerado como una parte del proletariado mundial, absolutamente intercambiable con cualquier otra parte. La existencia misma del proletariado se considera como un mal inevitable. Dado que el capital no es más que valor en proceso y su reproducción ampliada depende de la plusvalía que solo puede extraerse de la explotación del trabajo, esta tendencia respresenta un callejón sin salida, que se define en la actualidad como una población excedente proletaria a escala mundial. El capital tiende a reducir el precio de la fuerza de trabajo, tendencia que apunta a la homogeneización de dicho precio a escala internacional (por supuesto, la zonificación necesaria del capital también obra como una poderosa contratendencia que como mínimo retrasará este proceso). La productividad tiende a desvincularse totalmente de los salarios y la valorización del capital tiende a desconectarse de la reproducción del proletariado, pero por otro lado, el capital tiende a convertirse, a través de la profundización de la subsunción real, en el único horizonte de esa reproducción. El capital se deshace de la fuerza de trabajo, pero a su vez la fuerza de trabajo solo puede reproducirse en el seno del capital. La explosión de esta contradicción en la crisis de la fase actual de la reestructuración produce la necesidad de una nueva (segunda) fase de la reestructuración del capital y determina la dialéctica existente entre los límites y la dinámica de la lucha de clases actual.

La solución a esta situación (desde la perspectiva del capital) define el comienzo de un nuevo ataque contra el proletariado. Si esta crisis se resuelve temporalmente, será recordada como el primer paso hacia la segunda fase de la reestructuración del capitalismo contemporáneo (si partimos del supuesto de que la primera fase de la reestructuración fue el período comprendido entre finales de la década de 1970 y la actualidad). La crisis financiera pronto adoptará la forma de una crisis de la soberanía nacional, y esto prefigura la tendencia hacia la autonomización de una «Internacional capitalista». El Estado nacional, como mecanismo básico de la reproducción del capital, está sumido en una profunda crisis. Sus resultados apuntan a la cristalización de nuevos mecanismos internacionales que asumirán el control total de los flujos de la fuerza de trabajo inmigrante en un intento de establecer una nueva división del trabajo. Estos mecanismos también tratarán de gestionar el proceso ya existente pero ahora acelerado de la cambiante relación entre extracción de plusvalía absoluta y relativa, que es necesario para el capital. Además se intentará imponer a la mayoría del proletariado una rotación perpetua entre paro y precariedad laboral, así como la generalización del trabajo informal, y también se intentará coordinar la transición hacia una reproducción del proletariado excedente basada en la represión. El proceso será una tentativa de acelerar la globalización, y lo que es más importante, su zonificación, no solo en términos de comercio internacional, sino fundamentalmente en términos de una circulación controlada de la fuerza de trabajo. A través de la imposición de las nuevas medidas de austeridad actuales (una profundización de la reestructuración) que están en juego en la lucha de clases actual en Europa, el circuito internacional de una rápida circulación de capitales puede continuar existiendo de esta forma en la medida en que pueda ser proporcionado por zonas nacionales y/o sub-nacionales, en las que se requerirá cada vez más represión para la reproducción del capital. Se transferirá cada vez más capital al sector financiero y se concentrará cada vez más capital bajo esta forma, y también se producirá cada vez más especulación. El proceso de producción se hará a un lado para que la depreciación del capital financiero ­—tan necesaria en la actualidad, pero considerablemente dolorosa— sea pospuesta o pueda realizarse sin complicaciones. La situación que posiblemente creará esta evolución está lejos de ser estable, ya que en última instancia se basa en buena medida en la extracción de plusvalía absoluta, la cual también tiene límites absolutos. Se basará más en crisis locales que la fase actual y acabará conduciendo a una crisis global más intensa que la actual.

Por otra parte, existe la posibilidad de que la evolución de la crisis actual conduzca a graves conflictos intercapitalistas, que incluso puedan desembocar en el colapso del comercio internacional y tentativas de regresar a las monedas nacionales y al proteccionismo. Para que tuviera lugar una transformación tan importante sería necesaria una devaluación masiva del capital, lo que supondría la eliminación de una gran parte del capital financiero.

Mediante este conjunto de medidas, que parecen estar más o menos a la orden del día en la mayoría de los países europeos, Grecia es la primera parada en la estrategia capitalista de imposición de la segunda fase de la reestructuración. El hecho de que una minoría del proletariado precario se sublevara en diciembre de 2008 vuelve muy peligroso el espacio y el tiempo elegidos para el inicio de un ataque a escala mundial. Este peligro se puso de manifiesto directamente en las protestas del 5 de mayo de 2010, que fueron un indicio de que el intento de imponer la segunda fase de la reestructuración tiene muchas posibilidades de ser conflictivo y de provocar revueltas.

d. La crisis de la relación salarial

La crisis actual es una crisis existencial del trabajo que se manifiesta normalmente como una crisis del contrato de trabajo. La «crisis del contrato de trabajo» se convertirá en una crisis de conjunto del trabajo asalariado a través de la tendencia estructural a la deslegitimación de las reivindicaciones salariales. La continua disminución de los salarios, la generalización de la precariedad y la creación de una parte del proletariado que está siendo expulsada constantemente del proceso de producción de valor define las posibilidades de las reivindicaciones defensivas. Este hecho, junto con una reducción en el porcentaje de la fuerza de trabajo disponible movilizado por el capital, define el contenido de la crisis de la relación salarial como una crisis de la reproducción del proletariado, y por tanto como una crisis de reproducción de la relación social capitalista.

El intento de imponer la segunda fase de la reestructuración es una declaración de guerra de hecho por parte del capital global contra el proletariado global, a partir de Europa. Se trata de una «guerra por otros medios» menos intensiva que una guerra convencional pero con mayor potencial de focalización. Esta «guerra por otros medios» va a poner en tela de juicio el papel mismo del trabajo asalariado como forma de reproducción del proletariado mundial. Obviamente, este proceso progresará y se expresará de formas distintas en cada país de acuerdo con su posición en la jerarquía capitalista global. No obstante, la convergencia a nivel mundial de las «condiciones de guerra» (y por tanto de la lucha de clases) es muy importante.

e. La represión como reproducción social

Durante la era keynesiana de la acumulación capitalista, el gasto público incluía el coste de reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, la atención sanitaria, las pensiones y las prestaciones, la enseñanza y la represión. En el capitalismo reestructurado la estrategia se convirtió en la reducción del gasto público mediante la privatización de diversos sectores públicos. En realidad, y debido sobre todo al envejecimiento de la población, pero también a una imposición más lenta de la reestructuración en Europa (relacionada con la zonificación capitalista) y el crecimiento del capital del sector de los seguros/financiero en Estados Unidos, el total (gubernamental y privado) de los gastos en salud y pensiones aumentó en todos los países desarrollados (The Economist, 29 de junio de 2010). Hoy en día, en medio de una crisis de la deuda pública, todos estos costes, salvo los de la represión, están deslegitimados. Se da una reducción constante del salario indirecto, y por tanto la valorización del capital tiende a desvincularse de la reproducción del proletariado.

El espacio público de las ciudades, que es la expresión espacial de la libertad del trabajador-ciudadano, tiende a desaparecer, ya que se considera peligroso debido a su presunta capacidad de facilitar explosiones repentinas de revuelta. La exclusión de la juventud del mercado de trabajo la define como una categoría social peligrosa (y a medida que se profundiza la crisis, esto también se hace aplicable a los adolescentes). Concretamente, en Grecia, entre la burguesía estos temores aumentan: «Además, el gobierno es ahora consciente del hecho de que los ciclos antisistémicos, sobre todo entre los jóvenes, tienden a extenderse mucho más allá de los límites del distrito de Exarchia. Gran cantidad de jóvenes están dispuestos a comprometerse y participar en grupos muy agresivos» (diario To Vima, 27 de junio de 2010).

Por todas estas razones, en el futuro la reivindicación de la existencia del salario, que ya es una cuestión central en los conflictos de clase a escala mundial, será el terreno en el que el conflicto de clases se agudizará. Esta cuestión creará rupturas en el seno de las luchas, que cuestionarán el contenido reivindicativo de las luchas.

II. Luchas actuales del proletariado mundial

Las luchas proletarias cotidianas prefiguran el contenido de la revolución que nace en cada época histórica, incluida la del período de la reestructuración actual, que por su propia naturaleza no puede ser consumada. Esto se debe a que las luchas son un elemento constitutivo de las relaciones capitalistas: son el conflicto entre los polos de la contradicción que transforma continuamente la propia contradicción (la explotación). La revolución, es decir, la revolución en el sentido de una transformación radical del capital o de su abolición, solo puede producirse a partir de esta contradicción: la superación de la explotación. La relación actual de explotación produce las luchas de un proletariado fragmentado cuya reproducción es cada vez más precaria. Se trata de las luchas de un proletariado adecuado al capitalismo reestructurado.

Las luchas reivindicativas cotidianas del período histórico actual son muy distintas de las luchas de anteriores períodos históricos. Las reivindicaciones proletarias ya no constituyen un programa revolucionario, como fue el caso hasta el comienzo de la reestructuración, durante «la época del 68». Y eso no se debe a una «debilidad subjetiva» o una «falta de conciencia» por parte de la clase obrera.

La estructura actual de la relación social capitalista se manifiesta en el hecho de que el proletariado afronta en sus luchas, incluso en los pocos casos en que sus reivindicaciones son satisfechas, la realidad del capital, tal cual es hoy: reestructuración e internacionalización intensificadas, precariedad, ausencia de identidad obrera y de intereses comunes, dificultad en la reproducción de la existencia y represión. El hecho de que las luchas proletarias, independientemente de su nivel de combatividad, no sean capaces de revertir este curso y conducir a un nuevo tipo de regulación keynesiana no es un signo de debilidad, sino uno de los contenidos fundamentales de la estructura actual de la relación social capitalista. La consecuencia es que en el seno de las luchas cotidianas aparecen prácticas que van más allá del marco reivindicativo, y que en el curso de la lucha por reivindicaciones inmediatas ponen en entredicho la propia actividad reivindicativa. Tales prácticas son rupturas producidas en el seno de luchas importantes (por ejemplo, la lucha contra el CPE[2] en Francia en 2006, la huelga general en el Caribe en 2009, las protestas contra los despidos en 2009, el movimiento estudiantil en los Estados Unidos en 2009-2010, las revueltas en los centros de detención de inmigrantes en Italia durante el otoño de 2009, las revueltas por el aumento del precio de los alimentos en Argelia, Sudáfrica y Egipto en los últimos años, las revueltas ligadas a demandas salariales en Bangladesh, China o Malasia, las revueltas por la expropiación de tierras en China) y/o luchas sin reivindicaciones (como las de noviembre de 2005 en Francia y en diciembre de 2008 en Grecia o las revueltas espontáneas en China). Si nos fijamos en la lucha de clases global, podemos ver que se multiplican prácticas como las anteriormente mencionadas. En el ciclo actual de luchas la revolución se produce como superación de los límites de este ciclo. A partir de la dinámica producida por la multiplicación de «rupturas dentro de las luchas reivindicativas», la clase obrera se recompone, no como clase para sí, sino como clase contra el capital y por tanto también contra sí misma.

III. La comunización como producto histórico de la contradicción capital-trabajo

Hoy en día, estamos en un período de crisis del capitalismo reestructurado. Nos encontramos en la fase en el que las luchas por el salario en los centros de acumulación de Asia se extienden rápidamente y el proletariado de los países capitalistas desarrollados vacila al ser atacado por la burguesía mediante el proceso de imposición de la segunda fase de la reestructuración. Los avances en el frente de la lucha de clases en las diferentes zonas de conflicto siempre están interconectados de forma lógico-histórica. Hoy en día, las luchas en torno a la reproducción en los centros desarrollados están asociadas, a través de un proceso de retroalimentación, a las luchas por el salario en los centros primarios de acumulación, es decir, que el aspecto más importante de la zonificación actual del capital global, conocido como ChinAmerica, tiende a ser desestabilizado. Este proceso contradictorio de la crisis acarreará conflictos aún mayores entre los proletarios excluidos del proceso de producción (ya excluidos y que seguirán estándolo como consecuencia de la crisis), entre los proletarios que permanecen de forma precaria en el seno del proceso de producción y del capital, y también provocará conflictos intercapitalistas. El cuestionamiento ya existente de la condición proletaria adoptará la forma de un conflicto directo contra el capital y se producirán (en el interior del movimiento proletario) nuevos intentos de politizar y delimitar las luchas dentro de la realidad capitalista. El movimiento de superación de la sociedad capitalista encontrará sus límites en sí mismo. Esos límites son las prácticas de organización de una sociedad nueva, alternativa (es decir, un nuevo tipo de organización de la sociedad basada específicamente en relaciones de producción) fuera o contra el capital.

Un rasgo significativo de la época actual es que la relación social capitalista produce la represión como una necesidad para su reproducción. Allí residen la fuerza y los límites de la lucha de clases actual. La tendencia de la reproducción social a adoptar la forma de la represión crea inevitablemente una distancia entre los polos de la relación capitalista. El contenido del conflicto está necesariamente relacionado con la represión, a saber, el aspecto más importante de la reproducción de un proletariado cada vez más superabundante. En este conflicto, el proletariado siempre se enfrentará a su propia existencia como capital. La fuerza de las luchas será al mismo tiempo su límite. Todas las ideologías y prácticas de la vanguardia (proletaria), las ideologías y todas las prácticas políticas (proletarias) convergerán en el enfoque antirrepresivo, que crea la posibilidad del surgimiento de otra forma de reformismo, posiblemente la última, de este período.

La expresión más radical y a la vez reformista de la lucha de clase de hoy serán las prácticas de acción directa, prácticas que surgieron como una ruptura radical con el movimiento antiglobalización y que proporcionaron la posibilidad de que la identidad del proletario-individuo militante —que pertenece al proletariado cada vez más precario y/o desempleado— se hiciera importante. Las prácticas de acción directa se manifiestan de muchas formas (sindicalismo radical, movimientos ciudadanos, lucha armada) que varían considerablemente entre sí y que en la mayoría de los casos coexisten de forma conflictiva, y que también son el fruto directo, sin mediaciones, de la contradictoria existencia contemporánea del proletariado.

La acción directa expresa hoy en día la superación de las identidades de clase y la producción de la identidad individual del militante sobre la base de la actitud moral del proletario en lucha potencialmente derrotado (lo que resulta bastante razonable, ya que lo que está en juego en las luchas en el seno del capitalismo reestructurado solo es la desaceleración del ataque llevado a cabo por el capital). Ni siquiera las «victorias» suscitan euforia en nadie. La realidad actual tiende a adoptar la forma de una represión generalizada. Esto produce la identidad del militante que lucha contra todas las formas de represión, que de hecho son las manifestaciones de la reproducción de la relación de explotación. El sindicalismo radical se orienta necesariamente a ofrecer protección contra los despidos y a garantizar las indemnizaciones, ya que hoy en día exigir aumentos salariales significativos carece de todo sentido (los casos que se dan en los centros de acumulación en Asia oriental son una excepción significativa, ya que el salario está muy por debajo de lo que en los Estados capitalistas desarrollados se considera como el nivel de reproducción de los trabajadores). Los movimientos ciudadanos locales se orientan hacia la protección de la libertad de movimientos y de comunicación frente a los esfuerzos del Estado por guetoizar/militarizar el espacio metropolitano, y hacia el mantenimiento del salario indirecto mediante estas acciones (la ideología fundamental de estas fracciones del movimiento es la ideología decrecentista). A medida que la crisis se desarrolle, estas dos tendencias convergerán en un futuro próximo. La profundización de la crisis dará lugar a «prácticas de autorreducción» y enfrentamientos con las fuerzas represivas en los barrios. Este es el punto de convergencia entre los movimientos locales y el sindicalismo radical, el punto de convergencia entre las luchas en el seno del proceso de producción y las que se desarrollan fuera de el. La autoproclamada «lucha armada» se orienta hacia el supuesto castigo de fracciones de la burguesía, algo así como una protección auto-invitada ante la sobreexplotación. Esta manifestación de la acción directa fomenta una estrategia específica de confrontación militar entre pequeñas agrupaciones y el Estado que conduce a un callejón sin salida absoluto.

Las personas que participan en el movimiento de acción directa reflejan el cuestionamiento de la contradictoria situación del proletariado en su supuesta no pertenencia a la clase («pasiva» y/o «reformista» según ellos). De esta manera, lo que expresan sus luchas es el aspecto marginal de este período, el aspecto de que el proletariado se ha vuelto sobreabundante. Las partes más enérgicas del movimiento se llaman revolucionarias a sí mismas cuando todavía no hay ninguna revolución a la vista y se refugian en el concepto de «conciencia» (el discurso sobre la necesidad de «cambiar fundamentalmente» la conciencia del individuo) a fin de esquivar esta contradicción. Construyen relaciones inmediatas (de camaradería) en sus luchas y a la vez fabrican una ideología a partir de estas relaciones —a saber, «revolución ahora»— que da la espalda al hecho de que el comunismo no es un problema local ni una cuestión que ataña a un grupo reducido de personas. Más o menos tienden a enfrentarse a los trabajadores que aún tienen un empleo (relativamente) estable en tanto «privilegiados», o incluso como «la verdadera clase obrera, con su conciencia pequeñoburguesa». También tienden a considerarse a sí mismos como individuos que no pertenecen orgánicamente a la clase porque son precarios o parados. La otra cara de la misma moneda es que las fracciones sindicalistas radicales tienden a enfrentarse a los trabajadores precarios en tanto sujeto social que debe unirse como «clase para sí», y entienden sus acciones como esfuerzos hacia esa unidad de clase.

La superación se producirá a partir de los límites actuales. El cuestionamiento de la condición proletaria mediante las prácticas de acción directa (que se manifiesta como una contradicción, por supuesto) prefigura su superación dentro de las propias luchas del proletariado: la futura abolición del proletariado como clase. De ahí que las prácticas del movimiento de acción directa sean adoptadas en las rupturas que surgen en el seno de las luchas actuales; es por eso que las prácticas de acción directa fueron adoptadas y superadas por los amotinados de diciembre de 2008. Por supuesto, las luchas actuales siguen estando dentro de los límites del ciclo actual, pero la producción específica de este límite (la reivindicación de seguir existiendo sin poner en tela de juicio las relaciones de producción) anticipa la dinámica de su superación. La única forma en que la lucha de clases puede superarse a sí misma es produciendo múltiples prácticas de ruptura en el curso de luchas inevitablemente reformistas. La multiplicación de las prácticas de ruptura se producirá dentro de estas luchas. Estas prácticas necesariamente harán avanzar las luchas, que necesariamente serán luchas por la reproducción de la existencia contra el capital. Cualquier intento de «unificar» las distintas luchas de fracciones del proletariado en la lucha común que apoyaría los supuestos intereses comunes de la clase (cualquier esfuerzo en pro de la unidad de la clase) es una manifestación del límite general de la dinámica actual de la lucha de clases. La única generalización que se puede producir es una generalización de las prácticas que ponga en tela de juicio cualquier posible estabilización de un presunto «éxito proletario». Por medio de su diversidad y de los intensos conflictos que producirán dentro de las luchas, estas prácticas (luchas en el seno de las luchas) exacerbarán la crisis que ya afecta a la reproducción del proletariado, y cuestionarán al mismo tiempo la condición proletaria para el conjunto del proletariado, es decir, la existencia de la propia sociedad capitalista.

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[1] Forma de gestión industrial japonesa desarrollada en la década de 1970 para producir únicamente aquello que se necesita, manteniendo los stocks al mínimo, lo que lleva a la necesidad, por parte de las empresas, de buscar formas de flexibilizar la contratación de trabajadores. El postfordismo industrial es un modelo que prioriza la gestión del excedente, y la optimización de la relación entre lo que se necesita (materias primas, fuerza de trabajo, energía, etc.) y lo que se produce. (N. del t.)

[2] Siglas en francés de contrat première embauche («contrato primer empleo»). (N. del t.)

DEL CACEROLAZO QUE FUE Y DEL QUE VENDRÁ


Otras son nuestras broncas

El jueves 13 de septiembre varios miles de personas, en diversas plazas del país, hicieron sonar sus cacerolas en contra del gobierno nacional. El epicentro de la protesta estuvo en la Plaza de Mayo, donde pudieron verse nutridas columnas de manifestantes, la mayoría provenientes de los barrios más acomodados de la Ciudad de Buenos Aires. Desde la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de la Argentina (COMPA) expresamos nuestra decidida voluntad de seguir avanzando en la gestación de una alternativa política de los de abajo, que se proponga una profunda transformación social basada en las experiencias de construcción de poder popular que infinidad de organizaciones sociales y políticas de nueva izquierda, vienen pariendo a lo largo y ancho de nuestro país. Un proyecto de país que no encarna el oficialismo, y mucho menos la derecha.

A diferencia de las jornadas históricas del 2001, estuvieron ausentes los actores políticos y sociales de clara extracción popular (desocupados de las barriadas, motoqueros, trabajadores precarizados en general, estudiantes, etc.). Si bien no hubo un reclamo unificador, y cada cual salió en función de sus malestares, no todos ellos estrictamente reaccionarios, la tónica fue impuesta por voces que se ubicaron netamente a la derecha del propio gobierno.

No albergamos expectativa alguna de que movilizaciones que rechazan la AUH [Asignación Universal por Hijo], piden la liberalización del dólar o denuncian la supuesta "cubanización" de Argentina, puedan abrir un escenario favorable para nuestro pueblo.

Efectivamente una parte sustancial de lo que se expresó en los cacerolazos fueron sectores sociales que, pese a gozar de una desahogada situación económica, tienen en Mauricio Macri a su "esperanza blanca" presidencial para el 2015. Sin embargo, tampoco abonamos la lectura férreamente oficialista según la cual las movilizaciones expresaron en todos lados y de manera homogénea a sectores gorilas y hasta fascistas. Seguramente sea necesario habilitar miradas más complejas.

Sin embargo, intentar comprender es una cosa, y apoyar es otra bien distinta. Por esta razón rechazamos la actitud de referentes de la oposición de centroizquierda que, de modo oportunista, se subieron al carro de la protesta en el debate público, aportando así a la construcción simbólica del adversario político que le viene como anillo al dedo al kirchnerismo: una derecha recalcitrante que no logra disimular sus añoranzas golpistas, con una agenda privatista, conservadora y de abierta mano dura frente a la protesta social y la problemática de la inseguridad.

La dirección de nuestras broncas

Las organizaciones populares sabemos que en estos días hay muchas broncas. Bronca por los sueldos que no alcanzan. Bronca por el trabajo precario. Bronca porque el gobierno te miente con las cifras del INDEC  y te dice que se puede comer con seis pesos. Bronca por el IVA que nos hace pagar más a los que menos tenemos, y porque muchos trabajadores tenemos que pagar impuesto a los sueldos cuando no se pagan las rentas financieras y el sistema impositivo es regresivo. Bronca porque se agrava el saqueo de nuestros bienes naturales, porque se fumiga a los pueblos como pasó en Ituzaingó. Bronca porque nos hablan de soberanía y se firman acuerdos con la Barrick Gold, con Chevron y hasta se propone una ley de Semillas que, atentando contra la soberanía alimentaria, obliga a los productores a pagar regalías extendidas a las multinacionales Monsanto y Nidera.

Bronca porque se sigue viajando como ganado y miles de nuestras familias no tienen acceso a una vivienda digna. Bronca porque se aprueban leyes antiterroristas, se hacen convenios con militares yanquis y se criminaliza la protesta social.

Nuestra bronca no es la misma de quienes critican al gobierno porque hace acuerdos comerciales con Venezuela y Cuba, porque derogó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, porque aprobó la Ley de Medios o estatizó las AFJP [Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones]. No nos mezclamos con sus cacerolazos.

Por el contrario, desde la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de la Argentina (COMPA) expresamos nuestra decidida voluntad de seguir avanzando en la gestación de una alternativa política de los de abajo, que se proponga una profunda transformación social basada en las experiencias de construcción de poder popular que infinidad de organizaciones sociales y políticas de nueva izquierda, vienen pariendo a lo largo y ancho de nuestro país. Un proyecto de país que no encarna el oficialismo, y mucho menos "la derecha".

Nuestra bronca la dirigimos a reivindicar un nuevo proyecto de país con Soberanía Popular. Nuestra bronca la vamos a transformar en esfuerzo militante para hacer efectiva una Campaña Nacional por la Soberanía Popular, en todo el país, intentando vincular luchas, demandas y propuestas de nuestro pueblo.

Estuvimos y estamos en la calle desde hace años. Ahora es Cuando. Hay que transformar la bronca en movilización popular, organizar la esperanza, y darle una estrategia a nuestros sueños.

Coordinadora de Organizaciones y movimientos Populares de la Argentina

sábado, 22 de septiembre de 2012

Revolución social y revolución sexual


Bellucci, Mabel

 Activista feminista y queer. Ensayista en movimientos sociales en la Argentina. Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Integrante del Consejo de Redacción de Herramienta

 

En mayo de 1973, para las elecciones nacionales, se presentó la fórmula presidencial Juan Carlos Coral-Nora Ciapponi por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), resultado de una fusión entre el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fracción La Verdad (por el nombre de su periódico) y el Partido Socialista Argentino (PSA), Secretaría Coral.

En esos años, el PST tomó relevancia por ser el único partido local empeñado en proponer un programa específico en diversos planos sobre la égida femenina, tanto por los contenidos de sus reivindicaciones como por las formas de lucha contra la opresión de las mujeres. De alguna manera, logró apartarse de la mirada economicista propia del marxismo clásico. Si bien en ciertos enclaves partidarios de la época también hubo intentos de reconocer tanto la subordinación femenina como la trascendencia de las mujeres en el proceso revolucionario, no pudieron dar respuestas a dicha opresión por entenderla únicamente como una consecuencia de la condición de clase más que de la de género. En efecto, los reclamos feministas eran desechados y/o minimizados en el mejor de los casos, por considerarlos fuera del campo estratégico para la toma

Entre tanto, las premisas fundantes del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM)se esparcieron por el mundo y sortearon todo tipo de murallas. No por nada, desembarcaron en nuestras tierras, hacia 1970. Ese feminismo –conocido también como “La Segunda Ola”– convocó la atención en torno a las prácticas de la supremacía masculina mediante determinados mecanismos a través de los cuales se inculcó, normalizó y reforzó la subordinación femenina y, por ende, su exclusión. Con sus voces y sus cuerpos, tanto en Estados Unidos como en Europa, las mujeres denunciaban lo que en el pasado había sido un secreto a voces, pero ahora –en esa coyuntura de posibles embates insurgentes en Occidente– todo se tornaba un acierto. El grueso del activismo comenzó a intervenir a partir de su propia opresión y a elaborar estrategias de acciones dentro y fuera de sus entornos. De esa manera, irrumpieron en el escenario internacional, para la conquista de sus derechos, más sentidos: el trabajo, la educación, el mundo conyugal y familiar, la cotidianidad y, en especial, las sexualidades. Eso sí, el movimiento arremetió con una pujanza arrolladora sobre el mundo velado de los cuerpos y las alcobas. La vida erótica e íntima quedó en su mira.

De allí la importancia de que el PST introdujera en sus normas programáticas (no sólo para la campaña electoral a la que nos referimos) parte de aquellas reivindicaciones realzadas por el MLM. De este modo y de muchos otros más, las activistas de este partido consideraron que la raíz de la opresión femenina partía de la articulación entre la sociedad capitalista y la patriarcal; es decir, que la explotación de clase y la de género representaban dos caras de un mismo sistema y se retroalimentaban mutuamente. Por lo tanto, abordaron los derechos civiles, políticos, laborales y sexuales de las mujeres en su calidad de doble explotación en tanto que trabajadoras y amas de casa. No cabe duda de que tal apuesta para articularse desde un sector de la izquierda con el feminismo se llevó a cabo en un clima de tensiones e incertidumbres; seguramente, entre el ensayo y el error. Si se miden los resultados de nuestra realidad local con otros polos de experimentación en los países centrales, siempre nos falta el centavo para el peso. Pese a lo expresado, los años setenta en la Argentina se singularizaron por el papel destacado en estatuir las provocaciones generacionales sobre costumbres consuetudinarias que se venía ensayando en la década anterior. Las relaciones prematrimoniales y la convivencia sin libreta de casamiento se convirtieron en un “deber ser”. En aquellos tiempos, tales planteos representaban idearios radicales, aunque se revolucionase bajo los términos de la dupla heterosexual, sin explorar otros modos de afectividad externos a la pareja.

Ahora bien, a lo largo de este período que desembocará en el golpe militar de 1976, no siempre hubo, por parte del PST, una constante insistencia en incorporar o interpelar al feminismo. Razones no faltaron para explicar tal oscilación en el rumbo de las concordancias entre dicho partido y los grupos de mujeres. No se podría prescindir del proceso vertiginoso de violencia dentro del escenario político local; en particular, la persecución y muerte en manos de la Triple A, como también la falta de práctica en cuanto a franquear los propios márgenes tanto de un lado como del otro. Sin embargo, tal como define con precisión el ensayo “Aunque algunos se rían de nosotr(o)s…”de la antropóloga Catalina Trebisacce (2012): “La aceptación, entonces, de la existencia de dos sistemas independientes de opresión, el capitalismo y el patriarcado, permitía al partido dar la bienvenida a organizaciones feministas que luchaban contra la opresión de las mujeres por fuera de sus filas”.

Más allá de las pautas tradicionales de cualquier estructura política de cuño marxista, tales como guarderías en las fábricas y establecimientos, lavanderías, igualdad salarial y de oportunidades en los puestos laborales y jubilación para las amas de casa, se encumbraban otras. Exactamente, en el punto 8 constaba “por la libertad en las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer, el divorcio absoluto, la libre venta de anticonceptivos y la protección a la madre soltera”. En esos momentos, se presentaba un clima de recelo con respecto a la pastilla oral por el desconocimiento de sus secuelas futuras, por más que fuese el primer método que suministraba una independencia plena a las heterosexuales lejos de la aprobación masculina y también posibilitaba una maternidad elegida. Por eso, a lo largo de su campaña electoral proponía el uso de la nueva anticoncepción que aún no tenía un destino masivo. Del mismo modo, el punto 8 abogaba por “la legalización y gratuidad del aborto, practicado en establecimientos del Estado, y con todas las garantías necesarias que aseguren la salud”. Ciapponi contribuyó desde su candidatura a la discusión sobre la clandestinidad del aborto, sin reparo alguno. Al respecto, señala:

En realidad, estos temas no provocaban altercados insondables, se asumían sin tanto hermetismo. Aún no se vivían los prejuicios que aparecieron con la última dictadura militar y el proceso hacia la transición democrática. En cambio, el debate de la emancipación total de las mujeres era lo que provocaba tensiones.

Además, daban un claro mensaje a la sociedad el hecho de que fuera una mujer y activista obrera quien se presentara al cargo de vicepresidenta. En un volante diseñado de forma artesanal, que promocionaba a los candidatos del PST, se exhibía una foto de ella con pelo largo, risueña y con un estilo apegado a la época. Abajo aparecía la siguiente consigna: “¿Va a votar a un patrón, un militar, un político patronal? ¿O Va a votar a Nora?” En ese mundo con chimeneas humeantes, se la conocía como Nora. Por la cercanía del trato, el apellido quedaba en el olvido, sin eso le trajese a ella problemas de filiación y, en la mayoría de las veces, apareciera mal escrito. En aquel momento tenía 31 años. En la adolescencia empezó a trabajar de obrera en Alpargatas en la Avenida Patricios, y luego en La Hidrófila Argentina, donde fue delegada, huelguista del gremio textil. También estuvo al frente de sonadas movilizaciones reivindicativas. Para completar su currículum, estuvo presa cuatro veces durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. La contienda contra el capital llevada a cabo por las trabajadoras, doblemente explotadas, la impulsó a comprometerse con la liberación de sus congéneres.

Revisar con atención la historia del movimiento de mujeres en nuestro país, permite descubrir que ella fue la primera que asomó a un lugar de esa trascendencia, aunque hubo un precedente poco rescatado: en 1928, la docente y gremialista Angélica Mendoza se postuló como Presidenta de la Nación por el Partido Comunista Obrero (PCO). Pero volvamos al testimonio de Ciapponi. En la publicación feminista Brujas, (año 26, octubre de 2007), le realizaron un reportaje en el que ella relataba que siempre tuvo la contradicción entre desarrollar las actividades políticas y sociales que le gustaban (donde, por otra parte, más fuerte se sentía) y la lucha de género; aunque muchas veces levantó el tema de la mujer, esto, sin embargo, no fue algo continuo. De alguna manera, sin quererlo se convirtió en una referente desde ese lugar para todas sus compañeras. Si bien Nora llevó a cabo todo lo que quiso como militante y nada le fue vedado por sí mismo, tuvo que luchar contra muchos prejuicios también dentro de su organización. Lo que sí resultó contundente fue el compromiso –tanto del partido como de ella– con el tema que nos involucra:

El aborto no era una demanda más, había que explicarlo mucho. Sin embargo, de lo que estoy segura es que hablar de un aborto era mucho más fácil antes que ahora. Vos lo decías con naturalidad y no había censura. Yo trabajaba en una fábrica hasta el 70 y las mujeres abortaban y se sabía. Era clandestino como hoy en día y para las clases humildes resultaba costoso aunque tenías que ser muy marginal para llegar a extremos de peligro. Actualmente hay que ir a los médicos, antes estaban las parteras en los barrios. Había muchas más que hoy. Vos te criabas con la información que se podía abortar, por lo tanto, no representaba una situación traumática. Mi mamá tuvo 6 hijos y yo de chica la veía que estaba dos días en cama. La que ejercía una impugnación era como siempre la Iglesia. Para mí el debate más difícil se planteaba cuando al embrión o el feto se lo igualaba a una persona.

A la vez, nuestra luchadora reconoció que por aquellos años se carecía de argumentos filosóficos, tanto desde la izquierda como desde el feminismo. Significaba una cuestión muy compleja explicar cuándo comenzaba la gestación de la vida. Sin embargo, al existir una aceptación social sobre la práctica del aborto, la Iglesia debía convencer a las mujeres de que quienes lo hiciesen cometían un crimen o un pecado. Como vemos, si bien se hablaba de muerte, la relación feto = a persona no calaba tan hondo. Todo estaba por empezar…

Otro ejemplo que sirve para entender que la cuestión del aborto se podía expresar sin mayores vueltas, se presentó con la revista Para Ti durante la campaña electoral de 1973. Esta publicación editó una holgada nota con el título “Mujeres: ¿a quien votar?” del 19 de febrero de 1973. Se contraponía la figura de María Julia Alsogaray, del partido Nueva Fuerza, con la de Nora Ciapponi, candidata del PST. Esta última –tanto en su plataforma política como en sus declaraciones– planteaba “la legalización y gratuidad del aborto, practicado en establecimientos del Estado, y con todas las garantías necesarias que aseguren la salud”. No es un secreto a voces que Para Ti representaba la llamada “prensa femenina” dirigida a lectoras interesadas históricamente en tres temas básicos: moda, cocina, y vida cotidiana. Sin embargo, hasta estos semanarios más tradicionales abocados al servicio de patrullar el régimen del orden, debieron aggiornarse frente a las propuestas englobadoras del Movimiento de Liberación de la Mujer. Por esa razón, para Ciapponi las cuestiones del aborto, la anticoncepción y la libertad sexual irrumpieron como gestos soberanos entre listados de recetas, sugerencias sobre el cuidado de niños y ofertas para agraciar con esmero al marido.

Tanto fue el compromiso de esta candidata con la causa del derecho al aborto, que el demógrafo español Martín Sagrera Capdevilla, en su libro ¿Crimen o derecho? Sociología del aborto (1975), reprodujo un pasaje de un discurso de trinchera que ni ella misma recordaba. Decía así:

Cuando la fortuna o las circunstancias lo exigen hay que decidirse por adoptar una continencia absoluta. Insistamos que sirve a los partidarios de los regímenes más reaccionarios y fascistas para mantener su supremacía. Frente a todos ellos reclamamos y exigimos la libertad de amar y de abortar en las condiciones que nuestra propia conciencia lo dice, como un derecho elemental que debe disfrutar sin restricciones toda persona humana.

Como conclusión, podría pensarse en relación a la lucha por el derecho al aborto que Ciapponi representó para la izquierda política lo que la luchadora por el aborto legal en los inicios de los 70, fundadora del Movimiento de Liberación Feminista (MLF), María Elena Oddone fue para el feminismo. Ambas pugnaron por instalar tempranamente el debate y marcaron huella del camino a seguir, sin perder de vista las especificidades de cada lucha, siendo sus figuras reconocidas en los medios gráficos como audiovisuales sin cuestionamientos.

“Welcome Jennes”

Por ser partidarias de la solidaridad internacional de las luchas obreras, en 1972, se invitó a la feminista Linda Jenness, candidata a presidenta de Estados Unidos por el Socialist Workers Party (SWP), en las elecciones que le otorgaron el triunfo al republicano Richard Nixon con su famoso discurso “La Mayoría Silenciosa”, en el que llamaba a resolver mediante la unidad de la ciudadanía norteamericana la crisis ocasionada por la horrorosa e impopular guerra contra Vietnam. Lo cierto fue que se constituyó un comité de recepción para recibirla, en el que se hallaban figuras notables del Partido Socialista Popular, del Partido Socialista Argentino y del Partido Socialista Democrático junto con MLF y el grupo Muchachas. Faltaría menos de un año para que se conformara el PST. Mientras tanto, personalidades del mundo de la cultura manifestaban abiertamente su apoyo a la llegada de Jenness. Apenas aterrizó el avión a Ezeiza, una multitud de mujeres y de varones esperaban con ansiedad encontrarse con esta luchadora socialista y feminista e integrante del MLM que se trasladaba del Norte al Sur. Comenzó su febril rally con dos conferencias de prensa y dos presentaciones en Buenos Aires, junto con una atiborrada recorrida por Rosario, Mar del Plata y Bahía Blanca.

El 26 de mayo de ese año, en el salón de Unione e Benevolenza, ícono de la comunidad italiana, con sus fachadas art nouveau de un estilo decorativo privativo de la belle époque europea, nuestra invitada hizo su debut de gala. Ciapponi guarda en un cofre cerrado fotos emblemáticas de aquella bienvenida, que permitió convocar a dirigentes de izquierdas tales como Juan Carlos Coral y Nahuel Moreno, junto con el escritor Ernesto Sábato y la dirigente socialista Alicia Moreau. Cabe mencionar el análisis de Trebisacce, citado más arriba, quien afirma lo siguiente:

La estadía de Jenness indudablemente oxigenó y permitió la visualización en primer plano de una militancia feminista que se practicaba dentro del partido y que aguardaba latente. Pero no sólo eso. Posibilitó también la visualización de las tensiones que en torno a aquella se suscitaban.

A decir verdad, como las activistas del PST no se caracterizaban por mezquindades, compartieron con el MLF un acto de mujeres para presentar a la invitada de lujo en el Teatro del Centro, en Sarmiento al 1200. Así, le pidieron a Oddone que la anunciara y también que colaborase con el evento. Fue tal la expectativa generada por su presencia, que buena parte de las asistentes debió resignarse a permanecer afuera y escuchar a través de los altoparlantes lo siguiente:

El año pasado se registraron en los Estados Unidos un millón de abortos ilegales. Como las estadísticas no son exactas se supone que la cifra puede ser mayor. Ya han muerto más mujeres a causa de intervenciones mal hechas que soldados en la guerra de Vietnam. Por eso, como líder feminista me avergüenzo que en mi país, el más rico y poderosos del mundo, se inviertan millones de dólares para enviar hombres a la Luna. Deberían emplear todo ese dinero y el esfuerzo de la ciencia en descubrir un eficaz anticonceptivo que libere a la mujer de tantos vejámenes y agresiones físicas.

Esa rubia menuda a cara lavada acaparó la atención, tanto de un enfervorizado público, como de nuestra dirigencia de izquierda y también feminista.

Por suerte, Linda hablaba correctamente el castellano y su posición feminista dentro de un partido político significaba su halo encantador para todas las activistas de una y otra corrientes. Al respecto, María Elena hace referencia en su autobiografía La pasión por la libertad. Memorias de una feminista (2001) de esa elocuente experiencia: “Era la primera vez que hablaba ante un teatro colmado con mis compañeras y activistas socialistas”. Esa misma experiencia atravesó Ciapponi cuando compartió el escenario: “Joven e inexperta en tomar la palabra en un espacio que no fuese la fábrica, me impactó haber hablado en un recinto atiborrado de mujeres. A partir de allí, nunca más me bajé de un palco”.

Muchacha, ojos de papel…

Concretamente, con todos estos compromisos enunciados, el PST manifestaba interés por formar parte del MLM. De ahí, que no haya sorprendido la aparición de la revista Muchacha con el siguiente encabezado: “Por la liberación de la Mujer”. De inmediato, para que su voz no cayese en saco roto, nació el grupo con el mismo nombre. Sus integrantes desde el inicio, mantuvieron una cierta independencia respecto de la estructura política; de allí que desarrollaran actividades con el MLF y también participaran en la UFA. Inclusive se reunían en el local de esta última agrupación, posiblemente, por cuestiones de afinidades o por desinterés por parte de su partido. A decir verdad, todo ello fue posible porque Muchacha se articulaba desde su doble pertenencia política, aunque a partir de su compromiso con el feminismo socialista radical, ellas adhirieran a la premisa de que la subordinación de las mujeres configuraba un sistema de opresión específico. Revisar las nociones de jerarquía desde una visión más amplia que la lucha de clases constituyó una de sus preocupaciones centrales.

A decir verdad, su nombre no fue elegido de manera azarosa, Muchacha quería interpelar a un nuevo público en expansión: el movimiento estudiantil secundario y universitario, en el que fueron recibidas con beneplácito. Se distribuía también entre bancarias, maestras y alguna que otra fábrica con personal femenino. Con un lenguaje accesible, desde sus inicios, tal publicación se planteaba el siguiente objetivo: “ser un órgano de todas las jóvenes que tengan algo que decir sobre la liberación de la mujer, sea cual fuere su posición ideológica, política o religiosa. Lo que nos une es el deseo de luchar contra la opresión de la mujer”. Salieron cuatro números nada más. En el N º 0, de octubre de 1971, que era una prueba de galera, en su pequeña introducción señalaban que “Escribimos de mujeres y para mujeres que se sienten jóvenes. ¿Virginidad, relaciones prematrimoniales? ¿Anticonceptivos?”. Y proseguía de esta manera: “Estamos luchando por el derecho a controlar nuestro propio cuerpo (derecho al aborto para quienes lo deseen y dinero para la investigación de métodos anticonceptivos). No más hijos no deseados. Estamos luchando por igual paga igual trabajo”. En el nº 1 proponían un ramillete de consideraciones a tener en cuenta para explicar su salida: “Llamamos a las cosas por su nombre. Queremos actuar, movernos investigar, ser independientes, manejar nuestro propio cuerpo y ser dueñas de nuestra sexualidad. Queremos pelear por nuestros derechos”.

En el número siguiente, sin referencia al mes ni al año, aunque posiblemente date de 1971, el titulo de tapa era: “No más objetos en manos de los hombres o de la sociedad”. Dentro de sus artículos, había un reportaje a una obrera del frigorífico La Negra. Ante la pregunta de abortar en un hospital, ella respondió:

La mayoría de las compañeras no tienen información sobre métodos anticonceptivos y deben recurrir a los abortos uno tras otro, muchas veces con peligro para su vida. Varias compañeras han muerto por los métodos brutales que usaron para abortar. Todas las mujeres debiéramos exigir que los abortos se puedan hacer en los hospitales. Hace rato que hubiera sido así, si los que quedaran embarazados fueran los hombres.

Tantos los artículos publicados como las entrevistadas eran casi siempre anónimos, o bien los nombres de las jóvenes salían junto con el de sus escuelas, menos las opiniones que transcribían de escritoras y activistas relevantes del universo socialista y feminista del exterior. Luego, para actualizar a las lectoras, se reproducía un Manifiesto de ¡UFA! Entre el punteo de “Basta a Estas Diferencias” no se contemplaba el aborto, sino el “embarazo no deseado”.

Mientras tanto, Ciapponi se muestra más que conforme con la orientación de su partido. Al respecto, ella comenta:

Constituía una vanguardia antipatriarcal que se abría a las influencias feministas internacionales. Al menos, en Argentina era impensado cruzar una tendencia con la otra. No cabe duda que la venida de Jenness fue un hito más que importante y que justamente esa actividad, en los inicios de la construcción de lo que iba a ser el PST más adelante, cambió el pensar y sentir de la militancia. Pero ahí no estaba la cosa. La más grande influencia que recibimos fue entender la lucha de las mujeres durante los años sesenta y setenta que se llevaron a cabo en el exterior. Leíamos a Simone de Beauvoir que nos influenció fuertemente como así también encontrábamos un rumbo para la revolución sexual con el Informe Kinsey y el de Masters & Johnson. En ese sentido, sin dudas, junto al surgimiento de los movimientos puramente feministas en Buenos Aires, fuimos precursores como partido en presentarlo en el país. Insisto, aunque no teníamos nada que inventar, estábamos hermanadas en ese camino de transformación, por esa razón nuestro carácter no sectario y que supo trabajar con las corrientes feministas ya constituidas. Asimismo, se impulsó la revista Muchachapara que fuese independiente del PST y se desarrollara como expresión feminista de la cual seríamos parte también. Por esa razón, las compañeras se reunían en el local de la UFA. No siempre nos denominábamos feministas, más que nada por los prejuicios que se arrastraba en aquellos años. No nos era tan fácil a las activistas abrir tantos frentes al mismo tiempo pero entre nosotras, sin duda, había una conciencia feminista, vivíamos como feministas nuestras sexualidades. No menos importante fue el hecho que las mujeres en el interior de nuestra organización durante todo ese período, teníamos substanciales debates sobre los problemas internos que enfrentábamos. Asimismo, ocupábamos por el impulso interno, la mayoría de las direcciones regionales.

Si bien ella confiesa que “de eso no se vuelve”, reconoce no haber continuado los pasos de la activista estadounidense. Sus preferencias posteriores se volcaron más a la lucha de clases que a la de sexos. Durante la dictadura militar permaneció en la clandestinidad, y se dedicó a la defensa de presos políticos y desaparecidos. En 1979, conmovida por la revolución que se desarrollaba en Nicaragua, fue parte de la Brigada Internacional Simón Bolívar, que se alistó para luchar contra Somoza. Impedida de volver luego al país por encontrarse perseguida, siguió militando en América Central y luego en México. En estos momentos, Ciapponi sigue sintiéndose una feminista apasionada en su defensa. La lucha contra la clandestinidad del aborto está presente en su mira, sin haber perdido vigencia. Pero junto a eso, la tarea de género considera que la desplazaba de otras que para ella eran emocionantes: el contacto con la clase trabajadora, con sus huelgas, la actividad política, el conocimiento de otros países....,  vivir al límite de jugarse... En fin, sintió siempre mucho orgullo de hacer todo lo vedado o dudoso para una mujer.

Pese al denodado esfuerzo realizado por el PST, la ilegalidad del aborto no logró integrar el debate político en 1973. Se presentó como pudo, a los chispazos. Tampoco ingresó a las prédicas de lucha contra el capitalismo imperialista, expectativas de numerosos sectores de nuestra sociedad que clamaban por una revolución social desconectada de la sexual. Igualmente, a diferencia de otros partidos marxistas más dogmatizados y de organizaciones armadas, mantuvo un compromiso con el tema de la lucha contra la clandestinidad del aborto, el uso y difusión de los nuevos métodos anticonceptivos, sin olvidar la ruptura con prejuicios sobre una sexualidad sin tapujos entre una mujer y un varón. Ciertamente, su impronta de cuño internacional los alejó de un posicionamiento pronatalista. Ello no significó que el compromiso u apoyo del PST al feminismo se haya presentado en bloque; lo más probable es que haya sido por grupos de afinidades, por personas que se conocían entre sí y con las limitaciones propias del clima de época en nuestro país, que difería de los países centrales. No obstante, es hora de que sean nombradas aquellas figuras que se comprometieron por su implicancia activista.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Entrevista a Raúl Zibechi


Rebeca Peralta Mariñelarena

Rebelión, ALyC11.9.2012

En su casa en Montevideo el periodista y activista Raúl Zibechi habla de las limitaciones y desafíos de los movimientos sociales latinoamericanos en un ciclo de luchas que se cierra; del papel del Estado en la transformación social y las experiencias de refundación del Estado en Nuestra América:

¿Cómo estás mirando a los movimientos sociales latinoamericanos en la coyuntura actual?

En general lo que estoy viendo es que en los noventa los movimientos tenían la iniciativa y ahora la perdieron, éste es un primer elemento, hoy la iniciativa está en manos de los Estados. Los movimientos ya no tienen la capacidad de marcar la agenda, los movimientos están siendo desplazados del centro de la agenda, con la excepción de Bolivia y, quizá, Perú, porque el ciclo de desarrollo capitalista centrado en las commodities y en los bienes comunes es muy potente y algunas reformas pequeñas que están realizando los gobiernos progresistas las enfrentan con la derecha, entonces por un lado o por otro, los movimientos salen del centro del escenario. Esa es una primera cuestión. La segunda es que son movimientos que, en general, nacieron en los últimos treinta años, de los setenta para acá, y es probable, esto es una hipótesis sin demostrar, que hayan cumplido su ciclo de vida útil, por decirlo de alguna manera. O sea, surgieron en la resistencia al neoliberalismo y cambió la fase, como dije al principio, pero además todo organismo vivo tiene ciclos, y es probable que ese ciclo haya convertido a los movimientos en organizaciones, hayan mutado de movimientos a organizaciones. Explico la diferencia: Movimiento no es sólo la capacidad de movilizar, sino una estructura flexible, más bien horizontal, abierta, con capacidad de someterse a dinámicas societales no sólo organizativas; y la organización es más estable, más sólida, más burocrática; un ejemplo, si tú vas hoy a muchos movimientos en América Latina ves que sus locales son muy parecidos a las oficinas sindicales o de ONG’s, que a su vez son muy parecidas a las oficinas estatales, tenemos un estilo, un habitus. Entonces hay un cambio interno, que ya no depende tanto del modelo sino de un ciclo de desarrollo determinado. Y en tercer lugar me parece que los movimientos están muy afectados porque el ciclo de acumulación actual y los cambios globales y regionales han llevado a que los centros más dinámicos hayan dejado de ser aquellos en donde nacieron. Por ejemplo, Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra nace en áreas rurales y periferias urbanas donde había un gran dinamismo social hace treinta años, al fin de la dictadura, hoy en día en las áreas rurales avanza el agronegocio, los pobres rurales se convierten en clase media, tienen capacidad de ascenso dentro del sistema. ¿Para qué van a pelear? Pero además aparecen nuevas luchas en Belo Monte, Girão, y eso nadie lo está atendiendo, no hay capacidad de los viejos movimientos de estar al tanto de esto y la lucha urbana en Brasil todavía es muy débil por razones que no vienen a cuenta aquí, pero básicamente creo que esos tres elementos dibujan el mapa de los movimientos sociales en la región.

¿Cuáles consideras que fueron las principales dificultades a las que se enfrentaron los movimientos sociales con esta nueva oleada de gobiernos progresistas?

Una de las principales dificultades ha sido, y es, acertar en qué tipo de problemas, de demandas, de dificultades tiene hoy la población concreta, para incidir ahí. Yo lo que veo es que no tienen capacidad para mantener una agenda propia en los sectores en los que trabajan porque buena parte de la agenda se las expropió el Estado, los gobiernos progresistas. Por ejemplo, los movimientos rurales hacían vivienda precaria, el Estado hace mejor vivienda, los movimientos rurales hacían comedores, el Estado lo hace mucho mejor, da bolsas familia, da programas. Los piqueteros argentinos hacían pequeños emprendimientos productivos, panaderías, talleres, el Estado lo hace mejor. Entonces el Estado tomó de los movimientos -y siempre en la historia pasa eso- su modo de hacer y lo mejoró, lo llevó a un grado muy superior, y los movimientos no supieron, a mi modo de ver, ponerse al tiro con eso. Y creo que es un periodo, y por eso digo que ahora la iniciativa la tienen los gobiernos y no los movimientos, tanto la iniciativa macro como micro, las políticas sociales, por eso el problema con las políticas sociales no es tanto si sí o no, sino cómo hacer para utilizarlas, para retomar la iniciativa y no dejarlas en manos del Estado. Aun falta mucho debate, mucha más comprensión de este proceso que estamos viviendo.

Si te entiendo bien, planteas que este ciclo de lucha iniciado en los noventa llegó a su fin, tú has planteado en otros lugares que los protagonistas principales de este ciclo han sido los movimientos de los “sin”: sin tierra, sin techo, sin trabajo. ¿Podríamos decir entonces que cierta inclusión de los “sin” dentro del capitalismo genera el fin de estos movimientos?

El “fin” tal vez no sea la forma de decirlo, pero sí creo que no pueden seguir operando como antes, para no hablar del fin, creo que hay problemas y lo que se pierde es el horizonte de cambio y transformación; no porque no quieran cambiar, sino porque la fuerza con la que operó antes el paradigma ya no es la misma.

Entonces, y no te pido que mires al futuro, pero sí que desde tu experiencia al lado de los movimientos sociales puedas decirnos cómo piensas que será este nuevo ciclo de lucha, cuáles serán los sujetos protagónicos de este nuevo ciclo y cuál el instrumento político.

Primero, yo creo que un ciclo de luchas no se inventa y un sujeto no se inventa. Lo que pasó, vuelvo al MST, en los setenta en Brasil, fruto de la modernización agropecuaria, es que había un montón de campesinos sin tierra ocupando la tierra, lo que hizo el MST fue darle forma a cosas que ya sucedían. Lo que hicieron los sindicatos en la etapa anterior fue darle forma organizativa a una resistencia fabril que ya existía. O sea, las resistencias no se inventan, hay que ver dónde están las principales resistencias y qué puede suceder.

Si yo no me equivoco, pienso que por el extractivismo, una fuente de conflicto inevitablemente van a ser los bienes comunes, el agua, la biodiversidad, y eso se manifiesta hoy en represas, en minería, en monocultivos, un terreno que va a ser distinto al de la reforma agraria tradicional. Creo que hay un caso exitosísimo que es el de Bolivia con el TIPNIS y, probablemente, en Perú gane la lucha contra la minería y las hidroeléctricas, creo que esa va a ser una fuente de conflictividad permanente. Con nuevos sujetos, los nuevos sujetos tienden a ser –por lo que parece- una alianza extraña entre pueblos indígenas o pobladores de las áreas rurales afectadas por esos emprendimientos con sectores urbanos: profesionales, clases medias, estudiantes; eso ya se ve en Bolivia, Perú, Ecuador, Chile (la alianza mapuches-estudiantes), Argentina, en Belo Monte y la trasposición del Rio San Francisco (donde están la iglesia, los indígenas, los afectados y pequeños sectores urbanos). Brasil es el país de América Latina donde la cuestión de los movimientos es más compleja, porque además hay que contemplar este crecimiento brutal de Brasil potencia, 30 millones de personas que pasaron de la pobreza a la clase media, ese es el principal movimiento social de Brasil, 30 millones que cambiaron de clase, medida por ingresos, con todas las limitaciones de ese concepto, pero pasaron de la clase D y E a la clase C.

Y un segundo elemento van a seguir siendo las periferias urbanas. ¿Por qué? Por tres ritmos: El crecimiento económico se está frenando, por lo tanto el derrame para las periferias urbanas va a ser menor, las políticas sociales por lo tanto también se van a ir agotando; en segundo lugar, el extractivismo genera más trasvase de población rural a la ciudad, la población urbana se sigue incrementando con una venida más lenta de las áreas rurales pero venida al fin, porque el modelo extractivo no genera empleo digno en las áreas rurales, sigue generando polarización; y, en tercer lugar, porque el tiempo pasa y uno observa las favelas, los barrios pobres, y hay una nueva generación que irrumpe, como cada 10 o 15 años, y aquellos espacios se siguen agrandando. De hecho, en Brasil hay un movimiento sin techo, no muy grande, pero que va mostrando cierto activismo. En el futuro ese sector urbano va a seguir favelado y va a seguir siendo un sector importante.

Creo que los actores del nuevo ciclo serán esos dos sujetos, los afectados directamente por los emprendimientos extractivos y los afectados por el modelo extractivo en las ciudades. Los protagonistas en el caso urbano seguro van a ser mujeres jóvenes pobres y sus hijos, y la juventud. Pero las mujeres jóvenes madres van a seguir siendo un actor fundamental, quienes además tienen enormes dificultades por el machismo y el patriarcado y porque, además, las organizaciones que crean son de bajo perfil mediático y son poco atendidas por las izquierdas y los movimientos precedentes, pero creo que serán los principales actores.

¿Y el instrumento?

Si yo concluyo -esto no es una improvisación, es una hipótesis pero no una improvisación-, si yo concluyo que el principal sujeto son las mujeres y sus hijos, mujeres que en general, por diferentes razones, son madres jefas de familia, como pasa en la pobreza, entonces tienen varios problemas: Uno es empleo, empleo precario, irregular, informal; segundo, problemas de salud muy graves; y, tercero, problemas de educación también graves. Entonces, el tipo de instrumento es una organización de contención, una organización del estilo familia, que cumple el lugar de contención de la mujer y sus hijos, con varón ausente o con varón alcohólico o golpeador o intermitente. Así como en el sindicato la figura central era el varón sostenedor de su familia, aquí es la mujer. Estaría tentado a decirte, pero no lo voy a hacer, que es la comunidad, pero el concepto comunidad sirve para todo y no me gusta; pero sí que la organización tenga el carácter de suplir el empleo o ayudar a contener el tema del empleo, a resolver los temas de salud y de educación. Hay un buen trabajo de Mike Davis y de sociólogos de São Paulo sobre el tema de los pentecostales, ellos sostienen que el éxito de los pentecostales no es porque la gente se haya hecho creyente, no es el opio de los pueblos, es porque los pentecostales son un servicio de salud a domicilio. La mujer va con los pentecostales porque ahí encuentra contención para ella y sus hijos, contención afectiva, psicológica, que no es menor, porque vivir en una favela, en un barrio pobre, significa estar sometido a un grado de violencia cotidiana muy fuerte. Y, además, los varones dejan de tomar cuando van a la iglesia, dejan de golpearlas, es entonces un servicio de salud.

Los asentamientos urbanos como la Comuna de la Tierra en Brasil -próxima a inaugurarse- y los asentamientos rurales de los Sin Tierra resuelven eso, la vivienda, la salud, la educación, como los Caracoles zapatistas. Eso en la tradición antigua era asistencialismo; sin embargo, yo creo que hay que pensar en una herramienta con una doble faz, de combate y de contención, porque las personas que hoy necesitan organizarse en movimientos son las personas que el sistema ha excretado a sus márgenes, son desechos humanos para el sistema. Pablo González Casanova publicó un artículo recientemente donde apunta que el sistema planifica la muerte de 2 a 3 mil millones de personas en los próximos cincuenta años, porque sobran. Esos son los que tienen interés en hacer movimientos, no son los estudiantes de clase media de la UNAM o yo. Esa es una herramienta probable que podemos construir en el futuro, hay que pensar no solamente en resistir, en demandar, en sacarle al Estado, sino también en construir todos esos aspectos que mencioné.

¿Dónde queda la disputa por el Estado?

En esa segunda dimensión, antes era sólo por la disputa del Estado, ahora no es sólo eso sino también una defensa del Estado y una disputa al Estado. Le disputamos que nos dé ladrillos, cemento, equipamiento para lo barrios. La disputa al interior del Estado no es la que debería mover las mayores energías, no digo que no deba de hacerse, en determinados momentos habrá que hacer esa disputa, pero no es la tarea principal de los movimientos; no digo que no haya que hacer nada, porque la gente tiene intención de votar y reclamar -y está bien-, y hay que forzar a los Estados a democratizar, o, para decirlo en negativo, impedir que los sectores más reaccionarios se hagan con el poder del Estado.

¿Cuáles son los principales aprendizajes que rescatarías del ciclo de lucha que termina?

Este ciclo puso buena energía en la formación, en la movilización, abierta y horizontal; tuvo poco debate estratégico, o sea, la derrota del movimiento obrero  implicó que nos quedamos sin estrategias, hoy en día no tenemos hipótesis ni estrategias de cómo cambiar el mundo. Hemos llegado al poder y no lo hemos cambiado, hemos llegado al poder revolucionario y al poder electoral y no lo hemos cambiado, hemos sufrido la derrota de 1989 y nos hemos quedado sin estrategias, ese es un punto que atravesó a todos los movimientos de este periodo. Creo que se trabajó bien en estos movimientos sociales en la parte de contención y de construcción de poder popular vía educación, salud, trabajo. Hay miles de asentamientos Sin Tierra en Brasil, por ejemplo, pero creo que hubo poco énfasis en estrategia. Y creo que una vez que se ve que los gobiernos progresistas no son el camino, hay una profundización de esa pérdida de estrategia. Lo que no está claro es qué papel pueden jugar los Estados en esta transición hacia un mundo nuevo, si es que pueden jugar alguno, éste es uno de los aspectos en el que menos debate ha habido.

A diferencia del no-poder de Holloway, yo sí creo que es necesario construir un contrapoder. Pero, en la construcción de esos contrapoderes, ¿qué papel van a jugar los poderes, qué vínculo van a tener con el Estado? Creo que hay una falta de debate, tiendo a pensar que, en general, en la estrategia revolucionaria desde la época de Marx, el Estado es un punto débil en nuestros análisis. Es cierto que los Estados Nación tienden a debilitarse por la propia dinámica del capital transnacional, pero eso no quiere decir que vayan a desaparecer; incluso hay una nueva configuración de poder estatal con los países emergentes, en la que los estados recuperan centralidad: China, Rusia, Brasil. Ahora, esto es un periodo histórico, a mi no me molesta no tener las cosas claras, pero hay que reconocer que no tenemos las cosas claras, aceptar que no tenemos estrategia para dar el debate y tratar de llenar ese hueco. Con el tema del Estado es muy claro eso, no tenemos muy claro si poner energía, cuánta, en qué momento. A mi lo electoral no me hace mucha gracia, pero creo que en determinado momento hay que dedicar cierta energía a eso, ¿pero cuánta?

¿Y los procesos de refundación del Estado de Bolivia y Ecuador?

Ya no hay refundación del Estado, esa es una declaración de hace tres años cuando se aprobaron las Constituciones, lo que hay es el mismo Estado de siempre ocupado por personas diferentes, que no es una cuestión menor, pero eso no es suficiente para hablar de una refundación del Estado. Creo que es bueno decir que nuestro horizonte es la refundación del Estado, pero, como dicen muchos movimientos en Bolivia, lo que se tiene es un Estado colonial. Y no tiene porqué no serlo, porque es muy complejo, no sé si es posible, pero sí es complejo refundar un Estado. Por supuesto que Rafael Correa ya no tiene ni intenciones de refundar nada, pero Evo, que creo que sí la ha tenido, se ha encontrado con esa enorme dificultad. Así como los movimientos deben de aceptar que no tienen estrategia, los Estados progres deben de aceptar que en ese terreno han avanzado muy poco. Refundar el Estado es una tarea que tal vez demande décadas o siglos, no hemos aprendido de las dos grandes transiciones que ha habido, de la antigüedad al feudalismo, que duró de cinco a siete siglos, y desde la peste negra hasta que se consolida el capitalismo. ¿Cuánto pasó? No fueron dos semanas. ¿Por qué pensamos que la transición a un periodo distinto va a ser algo breve? Ese es un problema, somos muy anti históricos, muy poco realistas.

Como dice Wallerstein, con quien simpatizo, estamos en el fin de una época desde hace siglos. Y Marx analiza muy bien esto en El Manifiesto Comunista, cuando habla de la transición del feudalismo al capitalismo, él habla de siglos; y, además, habla de algo mucho más importante que la conquista del Estado, él dice que el capitalismo era un mar de relaciones sociales capitalistas y un cascarón feudal, había que romper el cascarón y se rompió, la destrucción del Estado feudal fue el último paso. Hoy todavía no tenemos relaciones sociales distintas, tenemos aspectos no capitalistas en muchos lugares, como planteaba Braudel, eso de los tres escalones: la vida material, la economía de mercado y el capitalismo. En esa vida material hay muchas cosas no capitalistas, por ejemplo en México, en las colonias populares, se expresa con la vecina que te cuida a los niños, que te ayuda con algo, esas relaciones de solidaridad explican que haya habido un Oaxaca (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca en 2006), resistencias, solidaridad. Ahora bien, para que eso se termine imponiendo como un modo de vida autosustentable y reproducible, eso es otra cosa. Nosotros todavía no tenemos ese mar de socialismo y un cascaron capitalista, el poder de las aves de rapiña es brutal, por eso tenemos que pensar en una transición de largo aliento. Por eso planteo lo de las organizaciones madres, familiares, que sean capaces de resolver la salud, la educación, porque pienso que eso es para todo un periodo histórico. Creo que esos cinco mil asentamientos que tiene el MST en Brasil son claves para una transición futura; porque van a poder sobrevivir, porque va a haber epidemias, va a haber hambre, van a darse problemas muy graves en la humanidad -todo indica que así será si el cambio climático continúa. Por lo tanto, esos espacios sirven para dar contención, resolver problemas de salud, educación, y, además, son espacios de creación de belleza, porque los Sin Tierra se preocupan por cuidar sus asentamientos, desarrollar en ellos las bellas artes, que son lo fundamental para vivir. Ahí hay un tema, de pensar que esto es una tarea que no es para revolver una coyuntura, sino que es de largo aliento.

Ahora que tocas el tema de la subjetividad, ¿cómo podríamos pensar en una transformación que sea a la vez anticapitalista, anticolonialista y antipatriarcal?

Yo creo que es importante saber que la gente no se dedica a estas cosas porque haya hecho una lectura racional de cálculos y ganancias y pérdidas, sino porque afectivamente necesita juntarse con otros; y creo que son muy pocos los movimientos que han trabajado consciente y coherentemente el tema de la mística y la subjetividad, a excepción del MST, que lo hace de manera brillante; y el movimiento indígena, por otras razones, también lo ha trabajado; y el movimiento obrero tradicional también lo hizo. Pero el capitalismo aprendió mucho de los movimientos y ha sido capaz de darle la vuelta, hay una pelea permanente que nunca se termina de ganar; así, en el periodo que viene tenemos que trabajar muy seriamente el tema de una forma de vida austera y bella a la vez; o sea, para ser feliz no hace falta tener una 4x4, para ser feliz es suficiente con ser austero y con apostar a la belleza, y la belleza tiene por lo menos un cincuenta por ciento de vida natural. Vida armónica, vida natural, vida austera y un espacio grande para la belleza y la creación. Hay que recuperar eso, si no trabajamos bien en eso (ya no sólo como movimientos sino como humanidad), lo que está en juego no es sólo el socialismo o el poder del Estado sino la vida sobre la tierra. ¿Es posible? Es necesario, y más si somos siete mil millones; es necesario y algunos muestran que es posible, el asunto es que somos muy cobardes. Parecería que el tener te asegura de la escasez, y de la escasez no te asegura nada, tendríamos que vivir más en la circularidad de los tiempos.