Woland
Revista Blaumachen (trad. F. Corriente)
I. La
reestructuración del capital y la forma actual de la relación social
capitalista
El desarrollo histórico de la contradicción entre
proletariado y capital bajo la subsunción real ha desembocado hoy en el período
de crisis de la relación social capitalista, cada vez más internacionalizada y
a un ritmo cada vez más acelerado. La forma actual de la relación social
capitalista y su crisis son el fruto de la reestructuración que siguió a la
crisis de 1973. Los principales aspectos del análisis de la relación
capitalista actual son los siguientes: a) La relación social capitalista ha
sido reestructurada a todos los niveles. Esta reestructuración fue la
«respuesta» al descenso de la tasa de ganancia a partir de 1964 (primero en los
Estados Unidos). Al mismo tiempo fue una contrarrevolución, es decir, un
contraataque de la burguesía contra el proletariado. Los resultados fueron el
fin del movimiento obrero, el fin de las restricciones nacionales y regionales
tanto en lo que respecta a la circulación del capital como en lo que respecta a
la reproducción de la clase obrera, y el fin del capitalismo de Estado; b) Un
elemento esencial de la reestructuración fue la internacionalización acelerada
del capital a partir de 1989; c) Desde 1982, se ha «invertido» cada vez más
capital en el ámbito financiero.
El capitalismo reestructurado ha incorporado el ataque
contra el valor de la fuerza de trabajo como rasgo funcional, estructural y
permanente. El proceso del período actual (desde 1973) no se puede completar
jamás.
El capital no es una oposición, sino una contradicción de
clases. La clase obrera no es un sujeto autónomo independiente de la producción
de valor. Las características de la reestructuración son a la vez el ciclo de
luchas dentro de y contra el capitalismo reestructurado (ciclo que ahora ha
producido luchas que se desarrollan fundamentalmente al margen del proceso de
producción de valor en «Occidente», disturbios por el precio de los alimentos
en Estados pobres y huelgas salvajes en Asia). En lo que al presente se
refiere, podemos hablar de luchas relacionadas con el cuestionamiento de la reproducción
del proletariado como consecuencia de la propia reestructuración. El hecho de
que las luchas del ciclo actual (reestructuración) no constituyan un proyecto
político es una característica estructural del proceso histórico que define el
contenido de la revolución venidera de nuestra época. El punto neurálgico
actual es la crisis de la reproducción de la relación social capitalista (una
crisis financiera que se convierte en una crisis de la deuda que a su vez se
convierte en una crisis monetaria o de la soberanía estatal, etcétera…). En la
actualidad el capital está forzado a imponer la segunda fase de la
reestructuración que comenzó durante la década de 1980.
a. La contradicción de
la reestructuración: una solución a la «crisis de 1973» y el portador de la
crisis actual.
La reestructuración es un proceso infinito porque su final
sería una contradicción en sus propios términos: un capital sin proletariado.
Se trata de un proceso de «liquidación de la clase obrera». La tendencia de
esta fase de la subsunción real es transformar a la clase obrera de un sujeto
colectivo que trata con la clase capitalista a una suma de proletarios
individualizados, cada uno de los cuales se relaciona de forma individual con
el capital, sin la intervención de la identidad obrera y de organizaciones
obreras que conviertan a la clase trabajadora en un «interlocutor social»
reconocido cuya participación en la mesa de la negociación colectiva se admite.
Se trata de un proceso continuo de fragmentación de la clase obrera, que con el
tiempo ha expulsado a gran parte del proletariado del proceso de producción de
valor. Además, este proceso no tiene fin, ya que su objetivo final sería
producir plusvalía sin capital variable, es decir, producir capital sin
proletariado. Este proceso se expresa como la continua necesidad del capital ya
reestructurado de continuar reestructurándose.
El carácter contradictorio de este proceso lleva a algunas
fracciones del capital y del movimiento obrero a concebir el período actual
como una crisis del keynesianismo, lo que está relacionado con la concepción de
la revolución como desarrollo de las luchas reivindicativas y la recomposición
de la clase como clase para sí. La base del triunfo del keynesianismo
constituyó al mismo tiempo su límite, que desembocó en la crisis de finales de
la década de 1960. El vínculo salarios-productividad convirtió la
reivindicación salarial en cuestión central de la lucha de clases. Otro aspecto
del mismo proceso fue la tendencia al aumento de la composición orgánica del
capital (lo que bajo la subsunción real también constituye una expresión
fetichizada de la lucha de clases). El desarrollo de estas tendencias, en las
que se basó la acumulación de capital durante los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, condujo finalmente a la oleada de luchas de 1968 y la crisis de
1973. El capital tuvo que ser reestructurado para aumentar la tasa de
explotación y reducir, o al menos retrasar, el inevitable impacto de la
creciente composición orgánica sobre la tasa de ganancia. Los aspectos
«keynesianos» de la acumulación tuvieron que ser modificados, y esa
modificación fue el contenido de la reestructuración en sus comienzos. A medida
que evolucionaba, un aspecto destacado de la reestructuración fue la
descomposición del movimiento obrero, hasta entonces aceptado oficialmente,
(por supuesto, «aceptado» debido a la producción histórica de la lucha de
clases).
b. Dinámica y límites
del modelo actual de acumulación: las principales dimensiones de la
reestructuración.
No cabe duda de que la reestructuración tuvo éxito. El
resultado del ataque contra la clase obrera en los países desarrollados y de la
internacionalización cada vez mayor del capital, es decir, de la explotación
intensiva de la fuerza de trabajo de los Estados menos desarrollados (o
procedente de ellos) fue un aumento de la tasa de explotación de la fuerza de
trabajo en todo el mundo. Se realizaron ahorros en capital constante mediante
la generalización de la metodología de producción «justo a tiempo[1]» y la degradación
de la rigidez de la cadena de montaje fordista. En esta nueva fase de la
subsunción real, todos los aspectos de la relación social capitalista han sido
transformados, y esta transformación se expresa en el desarrollo del ciclo de
luchas actual: luchas de parados, luchas en el sector de la enseñanza, el
movimiento antiglobalización, el movimiento de acción directa, luchas
salariales en los centros de acumulación en Oriente y luchas contra de la
expropiación de las tierras comunales en Asia. Estas luchas no son la
consecuencia de la reestructuración, sino más bien parte integral de la misma y
en última instancia suponen la reestructuración de la propia lucha de clases.
La reestructuración, como profundización en la subsunción real y aceleración de
la internacionalización del capital, ha desplazado el epicentro del conflicto
al terreno de la reproducción de la relación social capitalista. El contenido
de la reestructuración exitosa también fue responsable del curso hacia la
crisis actual del modelo de acumulación que produjo.
La primera dimensión de la reestructuración fue la
descomposición cada vez mayor de los sectores centrales del proletariado que
habían conformado el movimiento obrero de masas de la era keynesiana. Esta
dimensión se ha logrado mediante: a) la transformación incesante de la
composición técnica del capital a través de las tecnologías de la información y
de la comunicación, lo que permitió desintegrar el proceso de producción
verticalmente estructurado, y por tanto disolver la figura del «obrero masa»;
b) la transformación continua del proceso de trabajo, lo que permitió imponer
gradualmente la negociación de la fuerza de trabajo a nivel individual y por
tanto un control individualizado sobre los empleados por parte de los jefes; c)
el número cada vez mayor de actividades reproductivas transferidas del Estado a
la esfera capitalista privada, es decir, la disminución del salario indirecto,
una de cuyas consecuencias fue un gran aumento en el número de mujeres en las
filas de los asalariados, y d) la creciente importancia de la represión en la
reproducción social del capital.
El punto c) ha transformado en gran medida la relación entre
los géneros y ha socavado la familia nuclear, y en consecuencia ha trastornado
las jerarquías y los equilibrios internos en el seno del proletariado. Este
elemento ha cambiado de forma significativa las relaciones interindividuales
dentro del proletariado. La posición de portador de la función de reproducción
social (que corresponde mayoritariamente a las mujeres, pero no de forma
exclusiva en la actualidad) ha empeorado aún más en el período de la
reestructuración del capital. Dentro de la dialéctica de «permitir a las
mujeres convertirse en trabajadoras y al mismo tiempo obligarlas a hacerlo» el
segundo aspecto es el más importante. A medida que la familia nuclear va
quedando cada vez más socavada, la carga que pesa sobre las mujeres se duplica,
ya que tienden cada vez más a desempeñar un papel reproductivo y productivo a
la vez. La reestructuración ha intensificado el cuestionamiento del papel
reproductivo de la mujer y ha hecho inevitable la identificación de la
destrucción de las relaciones de género con la destrucción de la explotación.
Esta dinámica supone la producción histórica de los límites de cualquier clase
de feminismo, que pese a tener razón en criticar las relaciones capitalistas de
género, será incapaz de abordar realmente la cuestión del género en su
totalidad mientras siga siendo feminista y no se supere a sí mismo (superación
que solo puede producirse como ruptura en el seno de las luchas).
La segunda dimensión de la reestructuración fue la
internacionalización cada vez mayor del capital. Hasta 1989, la
internacionalización (la proporción del comercio internacional en relación con
el comercio en conjunto) tuvo que ver principalmente con el traslado de la
producción de los países desarrollados a los Estados «en vías de desarrollo»
del área occidental del planeta y a los Estados de Asia oriental excepto China
(y con el flujo de trabajadores emigrantes a los antiguos centros de
producción). Después, tras el fin de capitalismo de Estado, el proceso de
internacionalización se amplió sistemáticamente al antiguo «bloque oriental» y
a China. Este proceso está indisolublemente ligado al desarrollo del capital
financiero, la rama del capital que define los procesos de internacionalización
y supervisa su grado de rentabilidad de modo que el capital circule y se
invierta de la forma presuntamente más rentable. Resulta lógico, pues, que el
desarrollo y la reestructuración de este sector del capital, junto con los
tipos de cambio fluctuantes y un inmenso incremento del dinero en circulación,
hayan permitido a cada vez más fracciones de la clase capitalista obtener
ganancias a través de la especulación financiera.
Estos dos aspectos de la reestructuración (la fragmentación
de la clase obrera a todos los niveles y la internacionalización mediante el
desarrollo del capital financiero) permitieron al capital superar la gran
crisis de la década de 1970. Y ambos fueron también elementos clave del proceso
de acumulación que condujo a la crisis actual.
La transformación del proceso de trabajo y los rápidos
cambios en la composición técnica del capital han provocado un descenso
relativo (y andando el tiempo absoluto) de los salarios en los países
desarrollados. La integración cada vez mayor de la reproducción de la clase
obrera en el capital suscitó una mayor demanda de servicios por parte del
proletariado (salud, enseñanza, etc.), que el capital no pudo satisfacer de
manera eficiente debido a las limitaciones inherentes a la productividad en el
sector servicios. Solo en este sentido podría decirse que se ha creado una
distancia entre «necesidades sociales» y desarrollo capitalista.
La imposición de programas de ajuste estructural (PAE)
provocó un influjo de fuerza de trabajo barata desde los países no
desarrollados a los desarrollados. El resultado fue la creación acelerada de
una población excedente («excedente» desde la perspectiva del capital) en todo
el planeta. Al mismo tiempo, esta población excedente se ha visto obligado a
reproducirse recurriendo a la economía informal. Por tanto, surgieron zonas
«tercermundistas» en los centros metropolitanos del «Primer Mundo» y zonas de desarrollo
de tipo occidental en los «países en desarrollo». Los recortes mundiales
impuestos a las capas medias del proletariado y la exclusión de quienes
pertenecen a las capas inferiores, sin embargo, están convirtiendo cada vez más
a las ciudades en espacios de contradicciones explosivas.
Ya a mediados la década de 1990, era obvio que los rasgos
responsables del dinamismo de la acumulación la estaban minando de forma
simultánea. En 1997, la crisis asiática se extendió a Rusia a través de
perturbaciones en el mercado del petróleo y condujo al colapso de Long Term
Capital Management (el primer colapso de un fondo de inversión colosal). La
crisis en el sudeste asiático demostró que en estos centros de acumulación la
tasa de explotación ya no era lo bastante elevada como para reproducir de forma
ampliada el capital mundial y aceleró la transferencia masiva de instalaciones
productivas a China. El hundimiento de las puntocom fue en apariencia la
tentativa final de una inversión masiva con la expectativa de mantener la
rentabilidad mediante ahorros en capital constante. A partir de 2001, lo que
sucedió gradualmente fue que la reproducción de la clase obrera solo fue
posible complementando la disminución de los salarios con préstamos. A fin de
mantener su nivel de reproducción anterior, una parte importante del
proletariado se endeudó de forma individual con bancos, mientras que el futuro
de su reproducción colectiva también se vio hipotecado por fondos de pensiones
(que son «inversores institucionales») que estaban orientándose hacia juegos
financieros peligrosos (permutas de incumplimiento crediticio). El salario dejó
de ser el único criterio de medida del nivel de reproducción de la clase
obrera, es decir, que este tendió a desvincularse del salario.
c. Demasiado grande
para fracasar también es demasiado grande para seguir adelante: la crisis de
reproducción del capital social total y su esfuerzo por imponer la segunda fase
de la reestructuración
El capital, mediante su movilidad y sus continuos intentos
de optimizar el proceso de valorización por medio de mediciones y modelos de
cálculo complejos, trata desesperadamente de evitar, en la medida de lo
posible, negociar el precio de la fuerza de trabajo con el proletariado. En la
actualidad la fuerza de trabajo se considera como un mero gasto, no como un
factor de crecimiento, por ejemplo, vía la ampliación del mercado. En un
capitalismo cada vez más globalizado, cada fracción nacional o regional del
proletariado tiende a ser considerado como una parte del proletariado mundial,
absolutamente intercambiable con cualquier otra parte. La existencia misma del
proletariado se considera como un mal inevitable. Dado que el capital no es más
que valor en proceso y su reproducción ampliada depende de la plusvalía que
solo puede extraerse de la explotación del trabajo, esta tendencia respresenta
un callejón sin salida, que se define en la actualidad como una población
excedente proletaria a escala mundial. El capital tiende a reducir el precio de
la fuerza de trabajo, tendencia que apunta a la homogeneización de dicho precio
a escala internacional (por supuesto, la zonificación necesaria del capital
también obra como una poderosa contratendencia que como mínimo retrasará este
proceso). La productividad tiende a desvincularse totalmente de los salarios y
la valorización del capital tiende a desconectarse de la reproducción del
proletariado, pero por otro lado, el capital tiende a convertirse, a través de
la profundización de la subsunción real, en el único horizonte de esa reproducción.
El capital se deshace de la fuerza de trabajo, pero a su vez la fuerza de
trabajo solo puede reproducirse en el seno del capital. La explosión de esta
contradicción en la crisis de la fase actual de la reestructuración produce la
necesidad de una nueva (segunda) fase de la reestructuración del capital y
determina la dialéctica existente entre los límites y la dinámica de la lucha
de clases actual.
La solución a esta situación (desde la perspectiva del
capital) define el comienzo de un nuevo ataque contra el proletariado. Si esta
crisis se resuelve temporalmente, será recordada como el primer paso hacia la
segunda fase de la reestructuración del capitalismo contemporáneo (si partimos
del supuesto de que la primera fase de la reestructuración fue el período
comprendido entre finales de la década de 1970 y la actualidad). La crisis
financiera pronto adoptará la forma de una crisis de la soberanía nacional, y
esto prefigura la tendencia hacia la autonomización de una «Internacional
capitalista». El Estado nacional, como mecanismo básico de la reproducción del
capital, está sumido en una profunda crisis. Sus resultados apuntan a la
cristalización de nuevos mecanismos internacionales que asumirán el control
total de los flujos de la fuerza de trabajo inmigrante en un intento de
establecer una nueva división del trabajo. Estos mecanismos también tratarán de
gestionar el proceso ya existente pero ahora acelerado de la cambiante relación
entre extracción de plusvalía absoluta y relativa, que es necesario para el
capital. Además se intentará imponer a la mayoría del proletariado una rotación
perpetua entre paro y precariedad laboral, así como la generalización del
trabajo informal, y también se intentará coordinar la transición hacia una
reproducción del proletariado excedente basada en la represión. El proceso será
una tentativa de acelerar la globalización, y lo que es más importante, su
zonificación, no solo en términos de comercio internacional, sino
fundamentalmente en términos de una circulación controlada de la fuerza de
trabajo. A través de la imposición de las nuevas medidas de austeridad actuales
(una profundización de la reestructuración) que están en juego en la lucha de
clases actual en Europa, el circuito internacional de una rápida circulación de
capitales puede continuar existiendo de esta forma en la medida en que pueda
ser proporcionado por zonas nacionales y/o sub-nacionales, en las que se
requerirá cada vez más represión para la reproducción del capital. Se
transferirá cada vez más capital al sector financiero y se concentrará cada vez
más capital bajo esta forma, y también se producirá cada vez más especulación.
El proceso de producción se hará a un lado para que la depreciación del capital
financiero —tan necesaria en la actualidad, pero considerablemente dolorosa—
sea pospuesta o pueda realizarse sin complicaciones. La situación que
posiblemente creará esta evolución está lejos de ser estable, ya que en última
instancia se basa en buena medida en la extracción de plusvalía absoluta, la
cual también tiene límites absolutos. Se basará más en crisis locales que la
fase actual y acabará conduciendo a una crisis global más intensa que la
actual.
Por otra parte, existe la posibilidad de que la evolución de
la crisis actual conduzca a graves conflictos intercapitalistas, que incluso
puedan desembocar en el colapso del comercio internacional y tentativas de
regresar a las monedas nacionales y al proteccionismo. Para que tuviera lugar
una transformación tan importante sería necesaria una devaluación masiva del
capital, lo que supondría la eliminación de una gran parte del capital
financiero.
Mediante este conjunto de medidas, que parecen estar más o
menos a la orden del día en la mayoría de los países europeos, Grecia es la
primera parada en la estrategia capitalista de imposición de la segunda fase de
la reestructuración. El hecho de que una minoría del proletariado precario se
sublevara en diciembre de 2008 vuelve muy peligroso el espacio y el tiempo
elegidos para el inicio de un ataque a escala mundial. Este peligro se puso de
manifiesto directamente en las protestas del 5 de mayo de 2010, que fueron un
indicio de que el intento de imponer la segunda fase de la reestructuración
tiene muchas posibilidades de ser conflictivo y de provocar revueltas.
d. La crisis de la
relación salarial
La crisis actual es una crisis existencial del trabajo que
se manifiesta normalmente como una crisis del contrato de trabajo. La «crisis
del contrato de trabajo» se convertirá en una crisis de conjunto del trabajo
asalariado a través de la tendencia estructural a la deslegitimación de las
reivindicaciones salariales. La continua disminución de los salarios, la
generalización de la precariedad y la creación de una parte del proletariado
que está siendo expulsada constantemente del proceso de producción de valor
define las posibilidades de las reivindicaciones defensivas. Este hecho, junto
con una reducción en el porcentaje de la fuerza de trabajo disponible
movilizado por el capital, define el contenido de la crisis de la relación
salarial como una crisis de la reproducción del proletariado, y por tanto como
una crisis de reproducción de la relación social capitalista.
El intento de imponer la segunda fase de la reestructuración
es una declaración de guerra de hecho por parte del capital global contra el
proletariado global, a partir de Europa. Se trata de una «guerra por otros
medios» menos intensiva que una guerra convencional pero con mayor potencial de
focalización. Esta «guerra por otros medios» va a poner en tela de juicio el
papel mismo del trabajo asalariado como forma de reproducción del proletariado
mundial. Obviamente, este proceso progresará y se expresará de formas distintas
en cada país de acuerdo con su posición en la jerarquía capitalista global. No
obstante, la convergencia a nivel mundial de las «condiciones de guerra» (y por
tanto de la lucha de clases) es muy importante.
e. La represión como
reproducción social
Durante la era keynesiana de la acumulación capitalista, el
gasto público incluía el coste de reproducción de la fuerza de trabajo, es
decir, la atención sanitaria, las pensiones y las prestaciones, la enseñanza y
la represión. En el capitalismo reestructurado la estrategia se convirtió en la
reducción del gasto público mediante la privatización de diversos sectores
públicos. En realidad, y debido sobre todo al envejecimiento de la población,
pero también a una imposición más lenta de la reestructuración en Europa
(relacionada con la zonificación capitalista) y el crecimiento del capital del
sector de los seguros/financiero en Estados Unidos, el total (gubernamental y
privado) de los gastos en salud y pensiones aumentó en todos los países
desarrollados (The Economist, 29 de junio de 2010). Hoy en día, en medio de una
crisis de la deuda pública, todos estos costes, salvo los de la represión,
están deslegitimados. Se da una reducción constante del salario indirecto, y
por tanto la valorización del capital tiende a desvincularse de la reproducción
del proletariado.
El espacio público de las ciudades, que es la expresión
espacial de la libertad del trabajador-ciudadano, tiende a desaparecer, ya que
se considera peligroso debido a su presunta capacidad de facilitar explosiones
repentinas de revuelta. La exclusión de la juventud del mercado de trabajo la
define como una categoría social peligrosa (y a medida que se profundiza la
crisis, esto también se hace aplicable a los adolescentes). Concretamente, en
Grecia, entre la burguesía estos temores aumentan: «Además, el gobierno es
ahora consciente del hecho de que los ciclos antisistémicos, sobre todo entre
los jóvenes, tienden a extenderse mucho más allá de los límites del distrito de
Exarchia. Gran cantidad de jóvenes están dispuestos a comprometerse y
participar en grupos muy agresivos» (diario To Vima, 27 de junio de 2010).
Por todas estas razones, en el futuro la reivindicación de
la existencia del salario, que ya es una cuestión central en los conflictos de
clase a escala mundial, será el terreno en el que el conflicto de clases se
agudizará. Esta cuestión creará rupturas en el seno de las luchas, que
cuestionarán el contenido reivindicativo de las luchas.
II. Luchas actuales
del proletariado mundial
Las luchas proletarias cotidianas prefiguran el contenido de
la revolución que nace en cada época histórica, incluida la del período de la
reestructuración actual, que por su propia naturaleza no puede ser consumada.
Esto se debe a que las luchas son un elemento constitutivo de las relaciones
capitalistas: son el conflicto entre los polos de la contradicción que
transforma continuamente la propia contradicción (la explotación). La
revolución, es decir, la revolución en el sentido de una transformación radical
del capital o de su abolición, solo puede producirse a partir de esta
contradicción: la superación de la explotación. La relación actual de
explotación produce las luchas de un proletariado fragmentado cuya reproducción
es cada vez más precaria. Se trata de las luchas de un proletariado adecuado al
capitalismo reestructurado.
Las luchas reivindicativas cotidianas del período histórico
actual son muy distintas de las luchas de anteriores períodos históricos. Las
reivindicaciones proletarias ya no constituyen un programa revolucionario, como
fue el caso hasta el comienzo de la reestructuración, durante «la época del
68». Y eso no se debe a una «debilidad subjetiva» o una «falta de conciencia»
por parte de la clase obrera.
La estructura actual de la relación social capitalista se
manifiesta en el hecho de que el proletariado afronta en sus luchas, incluso en
los pocos casos en que sus reivindicaciones son satisfechas, la realidad del
capital, tal cual es hoy: reestructuración e internacionalización
intensificadas, precariedad, ausencia de identidad obrera y de intereses
comunes, dificultad en la reproducción de la existencia y represión. El hecho
de que las luchas proletarias, independientemente de su nivel de combatividad,
no sean capaces de revertir este curso y conducir a un nuevo tipo de regulación
keynesiana no es un signo de debilidad, sino uno de los contenidos
fundamentales de la estructura actual de la relación social capitalista. La
consecuencia es que en el seno de las luchas cotidianas aparecen prácticas que
van más allá del marco reivindicativo, y que en el curso de la lucha por
reivindicaciones inmediatas ponen en entredicho la propia actividad
reivindicativa. Tales prácticas son rupturas producidas en el seno de luchas
importantes (por ejemplo, la lucha contra el CPE[2] en Francia en 2006, la
huelga general en el Caribe en 2009, las protestas contra los despidos en 2009,
el movimiento estudiantil en los Estados Unidos en 2009-2010, las revueltas en
los centros de detención de inmigrantes en Italia durante el otoño de 2009, las
revueltas por el aumento del precio de los alimentos en Argelia, Sudáfrica y
Egipto en los últimos años, las revueltas ligadas a demandas salariales en
Bangladesh, China o Malasia, las revueltas por la expropiación de tierras en
China) y/o luchas sin reivindicaciones (como las de noviembre de 2005 en
Francia y en diciembre de 2008 en Grecia o las revueltas espontáneas en China).
Si nos fijamos en la lucha de clases global, podemos ver que se multiplican
prácticas como las anteriormente mencionadas. En el ciclo actual de luchas la revolución
se produce como superación de los límites de este ciclo. A partir de la
dinámica producida por la multiplicación de «rupturas dentro de las luchas
reivindicativas», la clase obrera se recompone, no como clase para sí, sino
como clase contra el capital y por tanto también contra sí misma.
III. La comunización
como producto histórico de la contradicción capital-trabajo
Hoy en día, estamos en un período de crisis del capitalismo
reestructurado. Nos encontramos en la fase en el que las luchas por el salario
en los centros de acumulación de Asia se extienden rápidamente y el
proletariado de los países capitalistas desarrollados vacila al ser atacado por
la burguesía mediante el proceso de imposición de la segunda fase de la
reestructuración. Los avances en el frente de la lucha de clases en las
diferentes zonas de conflicto siempre están interconectados de forma
lógico-histórica. Hoy en día, las luchas en torno a la reproducción en los
centros desarrollados están asociadas, a través de un proceso de
retroalimentación, a las luchas por el salario en los centros primarios de
acumulación, es decir, que el aspecto más importante de la zonificación actual
del capital global, conocido como ChinAmerica, tiende a ser desestabilizado.
Este proceso contradictorio de la crisis acarreará conflictos aún mayores entre
los proletarios excluidos del proceso de producción (ya excluidos y que
seguirán estándolo como consecuencia de la crisis), entre los proletarios que
permanecen de forma precaria en el seno del proceso de producción y del
capital, y también provocará conflictos intercapitalistas. El cuestionamiento
ya existente de la condición proletaria adoptará la forma de un conflicto
directo contra el capital y se producirán (en el interior del movimiento proletario)
nuevos intentos de politizar y delimitar las luchas dentro de la realidad
capitalista. El movimiento de superación de la sociedad capitalista encontrará
sus límites en sí mismo. Esos límites son las prácticas de organización de una
sociedad nueva, alternativa (es decir, un nuevo tipo de organización de la
sociedad basada específicamente en relaciones de producción) fuera o contra el
capital.
Un rasgo significativo de la época actual es que la relación
social capitalista produce la represión como una necesidad para su
reproducción. Allí residen la fuerza y los límites de la lucha de clases
actual. La tendencia de la reproducción social a adoptar la forma de la
represión crea inevitablemente una distancia entre los polos de la relación
capitalista. El contenido del conflicto está necesariamente relacionado con la
represión, a saber, el aspecto más importante de la reproducción de un
proletariado cada vez más superabundante. En este conflicto, el proletariado
siempre se enfrentará a su propia existencia como capital. La fuerza de las
luchas será al mismo tiempo su límite. Todas las ideologías y prácticas de la
vanguardia (proletaria), las ideologías y todas las prácticas políticas
(proletarias) convergerán en el enfoque antirrepresivo, que crea la posibilidad
del surgimiento de otra forma de reformismo, posiblemente la última, de este
período.
La expresión más radical y a la vez reformista de la lucha
de clase de hoy serán las prácticas de acción directa, prácticas que surgieron
como una ruptura radical con el movimiento antiglobalización y que
proporcionaron la posibilidad de que la identidad del proletario-individuo
militante —que pertenece al proletariado cada vez más precario y/o desempleado—
se hiciera importante. Las prácticas de acción directa se manifiestan de muchas
formas (sindicalismo radical, movimientos ciudadanos, lucha armada) que varían
considerablemente entre sí y que en la mayoría de los casos coexisten de forma
conflictiva, y que también son el fruto directo, sin mediaciones, de la contradictoria
existencia contemporánea del proletariado.
La acción directa expresa hoy en día la superación de las
identidades de clase y la producción de la identidad individual del militante
sobre la base de la actitud moral del proletario en lucha potencialmente
derrotado (lo que resulta bastante razonable, ya que lo que está en juego en
las luchas en el seno del capitalismo reestructurado solo es la desaceleración
del ataque llevado a cabo por el capital). Ni siquiera las «victorias» suscitan
euforia en nadie. La realidad actual tiende a adoptar la forma de una represión
generalizada. Esto produce la identidad del militante que lucha contra todas
las formas de represión, que de hecho son las manifestaciones de la
reproducción de la relación de explotación. El sindicalismo radical se orienta
necesariamente a ofrecer protección contra los despidos y a garantizar las
indemnizaciones, ya que hoy en día exigir aumentos salariales significativos
carece de todo sentido (los casos que se dan en los centros de acumulación en
Asia oriental son una excepción significativa, ya que el salario está muy por
debajo de lo que en los Estados capitalistas desarrollados se considera como el
nivel de reproducción de los trabajadores). Los movimientos ciudadanos locales
se orientan hacia la protección de la libertad de movimientos y de comunicación
frente a los esfuerzos del Estado por guetoizar/militarizar el espacio
metropolitano, y hacia el mantenimiento del salario indirecto mediante estas
acciones (la ideología fundamental de estas fracciones del movimiento es la
ideología decrecentista). A medida que la crisis se desarrolle, estas dos
tendencias convergerán en un futuro próximo. La profundización de la crisis
dará lugar a «prácticas de autorreducción» y enfrentamientos con las fuerzas
represivas en los barrios. Este es el punto de convergencia entre los
movimientos locales y el sindicalismo radical, el punto de convergencia entre
las luchas en el seno del proceso de producción y las que se desarrollan fuera
de el. La autoproclamada «lucha armada» se orienta hacia el supuesto castigo de
fracciones de la burguesía, algo así como una protección auto-invitada ante la
sobreexplotación. Esta manifestación de la acción directa fomenta una
estrategia específica de confrontación militar entre pequeñas agrupaciones y el
Estado que conduce a un callejón sin salida absoluto.
Las personas que participan en el movimiento de acción
directa reflejan el cuestionamiento de la contradictoria situación del
proletariado en su supuesta no pertenencia a la clase («pasiva» y/o
«reformista» según ellos). De esta manera, lo que expresan sus luchas es el
aspecto marginal de este período, el aspecto de que el proletariado se ha
vuelto sobreabundante. Las partes más enérgicas del movimiento se llaman revolucionarias
a sí mismas cuando todavía no hay ninguna revolución a la vista y se refugian
en el concepto de «conciencia» (el discurso sobre la necesidad de «cambiar
fundamentalmente» la conciencia del individuo) a fin de esquivar esta
contradicción. Construyen relaciones inmediatas (de camaradería) en sus luchas
y a la vez fabrican una ideología a partir de estas relaciones —a saber,
«revolución ahora»— que da la espalda al hecho de que el comunismo no es un
problema local ni una cuestión que ataña a un grupo reducido de personas. Más o
menos tienden a enfrentarse a los trabajadores que aún tienen un empleo
(relativamente) estable en tanto «privilegiados», o incluso como «la verdadera
clase obrera, con su conciencia pequeñoburguesa». También tienden a considerarse
a sí mismos como individuos que no pertenecen orgánicamente a la clase porque
son precarios o parados. La otra cara de la misma moneda es que las fracciones
sindicalistas radicales tienden a enfrentarse a los trabajadores precarios en
tanto sujeto social que debe unirse como «clase para sí», y entienden sus
acciones como esfuerzos hacia esa unidad de clase.
La superación se producirá a partir de los límites actuales.
El cuestionamiento de la condición proletaria mediante las prácticas de acción
directa (que se manifiesta como una contradicción, por supuesto) prefigura su
superación dentro de las propias luchas del proletariado: la futura abolición
del proletariado como clase. De ahí que las prácticas del movimiento de acción
directa sean adoptadas en las rupturas que surgen en el seno de las luchas
actuales; es por eso que las prácticas de acción directa fueron adoptadas y
superadas por los amotinados de diciembre de 2008. Por supuesto, las luchas
actuales siguen estando dentro de los límites del ciclo actual, pero la
producción específica de este límite (la reivindicación de seguir existiendo
sin poner en tela de juicio las relaciones de producción) anticipa la dinámica
de su superación. La única forma en que la lucha de clases puede superarse a sí
misma es produciendo múltiples prácticas de ruptura en el curso de luchas
inevitablemente reformistas. La multiplicación de las prácticas de ruptura se
producirá dentro de estas luchas. Estas prácticas necesariamente harán avanzar
las luchas, que necesariamente serán luchas por la reproducción de la
existencia contra el capital. Cualquier intento de «unificar» las distintas
luchas de fracciones del proletariado en la lucha común que apoyaría los
supuestos intereses comunes de la clase (cualquier esfuerzo en pro de la unidad
de la clase) es una manifestación del límite general de la dinámica actual de
la lucha de clases. La única generalización que se puede producir es una
generalización de las prácticas que ponga en tela de juicio cualquier posible
estabilización de un presunto «éxito proletario». Por medio de su diversidad y
de los intensos conflictos que producirán dentro de las luchas, estas prácticas
(luchas en el seno de las luchas) exacerbarán la crisis que ya afecta a la
reproducción del proletariado, y cuestionarán al mismo tiempo la condición
proletaria para el conjunto del proletariado, es decir, la existencia de la
propia sociedad capitalista.
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[1] Forma de gestión industrial japonesa desarrollada en la
década de 1970 para producir únicamente aquello que se necesita, manteniendo
los stocks al mínimo, lo que lleva a la necesidad, por parte de las empresas,
de buscar formas de flexibilizar la contratación de trabajadores. El
postfordismo industrial es un modelo que prioriza la gestión del excedente, y
la optimización de la relación entre lo que se necesita (materias primas,
fuerza de trabajo, energía, etc.) y lo que se produce. (N. del t.)
[2] Siglas en francés de contrat première embauche
(«contrato primer empleo»). (N. del t.)